miércoles, 27 de agosto de 2014

1. LA PRIMERA DERROTA

Cómo podría empezar a contar la historia... mi historia. La que empezó hace catorce años.

Tal vez lo mejor sería comenzar por el principio, pero cuál fue el principio. ¿El día de la boda o una semana después, cuando sus ojos y los míos se encontraron por vez primera?

O tal vez todo comenzó mucho antes, incluso antes de la boda. Antes incluso de que ninguno de los dos hubiésemos nacidos. Ése es el destino. ¿Si así fuese, entonces quiere decir que estábamos predestinados? ¿Pero a caso el destino existe? ¿O somos nosotros con nuestras acciones, quehaceres diarios y planes futuros, quiénes vamos forjándonos nuestro propio destino?

Quién sabe. Quizá no sea ni lo uno ni lo otro. Ni el destino ni nuestras acciones. Pero de lo que sí hay una cosa clara, es de que aquel día yo me enamoré.



Mucha gente a dicho que yo no me enamoré. Que con catorce años, el amor, no es un amor verdadero, aunque sí es el primer amor. El más bello y puro. El que siempre se recuerda y anhela. El que se idealiza y por el que siempre se suspira.

Yo no sé si mi amor fue así, irreal, pero un idílico amor de adolescente. Lo único que sé, es que ése fue mi amor, el único amor.



Es verdad que yo siempre fui de naturaleza enamoradiza. El primer recuerdo que tengo de mí misma, es suspirando de amor a los cinco años. Él tenía unos quince, o eso creo yo. Le veía tan mayor y con un cabello tan castaño y rizado. También me enamoré a los siete años de David. Mi David. Él tenía catorce años y los ojos avellana más bonitos que había visto nunca.

Con nueve años, me enamoré de Ángel, que tenía trece. Con once, me enamoré loca y profundamente de Iván, que tenía dieciséis años y los ojos tan azules como el cielo.

Con doce, me enamoré en el viaje de fin de curso de un apuesto chico vasco y montañero de dieciséis años. Y así, podría seguir con una amplia y larga retaíla de chicos. ¿Pero a acaso ellos me correspondían? Desgraciadamente, creo que ni uno solo. Tampoco era de extrañar, ya que yo no era más que una niña y todos ellos ya eran adolescentes guapos, arrogantes y alocados.

Y claro está, como consecuencia de mi naturaleza enamoradiza, el corazón se me rompió casi tantas veces como me enamoré.

Y qué duros son los desengaños amorosos en la preadolescencia.

Creo que
la primera vez que lloré por amor, fue por Mariano. A Mariano lo conocí a través de un compañero del colegio cuando teníamos doce años.

Es evidente que la preadolescencia es una época dura, y por supuesto, la mía, no iba a ser menos. No sé exactamente qué es lo que me pasó por aquella época. Tal vez fue una crísis de identidad, una desesperada llamada de atención, una rebelión al sistema y sobre todo a mi familia, a la que por aquel entonces no soportaba, o simplemente es que era así, sin más.

El caso es que, aunque siempre he tenido complejo de princesa, un edredón rosa, una enorme colección de barbies y llevé vestidos de lazos y organdí hasta los once años, al llegar a los doce, sólo llevaba vaqueros y una coleta muy poco favorecedora. Ya no me interesaba el color rosa, ni gustar a los chicos, al fin y al cabo, nunca los había gustado. Además, las chicas de mi edad, habían empezado a hablar de sujetadores y compresas y yo odiaba los dos temas, porque, a diferencia del resto de las muchachas, el pecho me había empezado a crecer a los diez años y con once ya llevaba sujetador. Y también con once años había tenido mi primera menstruación, así que todos ésos cambios "fantásticos y fabulosos" por los que ellas estaban pasando, yo ya los había superado hacía un año, y lo había tenido que hacer sola porque ninguna de las demás chicas estaba cambiando tan pronto como yo. Además, para mí, ni la regla ni los sujetadores, eran fantásticos. La regla dolia y los sujetadores me molestaban. Y había empezado a llevar camisetas anchas y grises para disimular mi buen y gran formado pecho. Además, ellas siempre estaban pensando en chicos, bueno, yo también, pero creo que no de la misma forma. Algunas ya habían tenido sus primeros besos y hablaban de ello a todas horas; otras hablaban de que tal o cual chico las había pedido salir y las que eran un poco más mayores, contaban que se enrrollaban con chicos.

Yo ni si quiera sabía lo que era enrrollarse con alguien, nadie me había pedido salir nunca y porsupuesto, nunca nadie me había besado. Así que cansada de todo aquello, comencé a observar que, aunque las chicas de mi edad, habían crecido de repente y ya no querían jugar a la comba o con Barbies, los chicos sí que seguían jugando al fútbol, así pues, aunque mi torpeza en cualquier tipo de deporte siempre había sido notable, quise probar suerte con el fútbol y que los chicos me enseñasen, así al menos, podría seguir jugando al menos un par de años más... por eso de que las chicas maduran dos años antes.

Para mi sorpresa, fui muy bien acogida por los chicos de la clase y todos intentaban ayudarme, aunque sin muchos resultados. Pero al menos, al ir con ellos, no tenía que ir bien vestida ni bien peinada. Ellos me aceptaban así, con mis vaqueros pasados de moda, mi fea sudadera gris y mi flequillo que me tapaba los ojos. Por el contrario, mis amigas, solían darme consejos de belleza.

-Deberías quitarte este flequillo-solía decir Inés al tiempo que me apartaba el flequillo de la cara- ¡y mira qué uñas! Así ningún chico se fijará nunca en ti.

Y entonces, yo retiraba mi mano de la suya, que me la había cogido para observarla, y con el ceño fruncido, pensaba que ya tampoco me interesaban los chicos si yo tampoco les interesaba a ellos. Además, siempre había sido así. Yo había sido la amiga invisible desde que puedo recordar, por lo que a parte de los chicos con los que había empezado a jugar al fútbol, todos los demás me daban auténtico pavor. ¿O era autentica rabia? No lo tengo claro, tal vez una mezcla de ambos. Pavor, porque si me hablaban, me imponían tanto que yo no sabía qué decir; y rabia, porque la mayoría de las veces nunca se dirigían a mí y si lo hacían era para reírse.

Al menos David, el de los ojos avellana, me había querido, yo sólo tenía siete años entonces, y me había querido como se quiere a una hermana pequeña, pero me había querdio. Y solía recordar con cariño una vez que me subió en sus rodillas y me había besado en la mejilla. Evidentemente, para el resto de muchachas de mi edad, la historia no tenía nada de especial, y seguramente tenían razon al decir que aquello no era nada, pero es que a mí me había gustado mucho David. Como ahora me gustaba Iván y Jesús y Javier y Juan y Manuel y Gabriel, el profesor de prácticas...

El caso es que, mi amigo Gonzálo, me presentó a Mariano, por el que lloré por vez primera.

Gonzálo me había dicho que fuese a verle al campo de fútbol y así, si me gustaban los entrenamientos, yo podría apuntarme a fútbol en el próximo curso.

Vi atentamente los entrenamientos, y lo cierto era que, me pareció de lo más aburrido. En realidad yo no tenía ningun interés por el fútbol, si lo practicaba con los chicos de clase, sólo era por seguir jugando.

Pero en realidad, ver los entrenamientos, no fue tan malo, tantos chicos guapos había para contemplar. Entre ellos, el que más, Mariano. Era delgado y moreno. Y tenía los ojos negros y con unas pestañas muy largas.

Al acabar los entrenamientos, yo me acerqué a hablar con mi amigo Gonzalo y entonces llegó también Mariano. Me quedé completamente callada. Mi timidez había comenzado a funcionar y ya me costaría mucho poder hablar.

-Bueno, Shere, él es mi amigo Mariano.

Dijo Gonzalo amablemente.

Yo sonreí tímidamente y me pareció que Mariano hacía lo mismo. Y ya no hablamos más, pero aquel día, yo me fui a dormir con el corazón palpitando alegremente y sonriendo, mientras pensaba en los ojos negros de mi querido Mariano.

Al día siguiente en clase, Gonzálo me dio la mejor noticia que probablemente me habían dado en toda mi vida:

-Shere, ¿qué te pareció mi amigo Mariano?

Yo me puse colorada, lo noté en mis mejillas, que de repente ardían, y como si a las palabras les costase salir, respondí con otra pregunta:

-¿Por qué lo dices?

-Bueno... a él le gustas.

Me reí. Y no fue una risa disimulada o forzada, realmente me habían dado ganas de reír. Era como un chiste. Yo nunca había gustado a nadie. Bueno, el curso anterior había gustado a un chico, pero al final habíamos discutido y me había pegado un chicle en el pelo. Entonces también lloré, pero no por amor, sino por mi pelo.

-¿Por qué te ries?

Me contuve.

-Bueno... ¿lo dices en serio? ¿seguro que no es una broma?

-Es verdad.

Respondió él, tranquilamente.

Y entonces, una amplia sonrisa se dibujó en mi cara y un montón de cosquilleos comenzaron a surgir por mi tripa y ahora sí que quería reír, pero de felicidad.

-¿Qué es lo que te dijo exactamente?

Pregunté ansiosa.

Gonzalo se quedó un poco pensativo antes de responder:

-Pues... me hizo preguntas sobre ti. Quiso saber de qué te conocía, si eras maja, si nos conocíamos de hace tiempo. Y al final me dijo que te dijese que vayas hoy también a los entrenamientos porque quiere volver a verte.

¡No me lo podía creer! ¿Cómo iba a ser cierto? ¡Mariano era guapísimo! ¿Cómo iba él a fijarse en mí? Pero el caso es que desde ése mismo momento, mi cabeza comenzó a imaginar y de ella surgieron historias y románticas aventuras con Mariano.

Siempre había imaginado que los mejores novios eran los que comenzaban siendo los mejores amigos y así, inventé la palabra "novio-amigo", y ya estaba segura de que finalmente, Mariano sería mi "novio-amigo". Y entonces yo sería tan feliz.

Poco a poco, Mariano y yo nos fuimos haciendo amigos. Yo iba a los entrenamientos y comenzamos a hablar. Al principio sólo nos decíamos hola, pero al final acabaron siendo auténticas conversaciones, incluso una vez me acompañó a casa. Y ya estaba segura de que sería mi "novio-amigo". No podría ser de otra manera, pues nos pasábamos las tardes juntos y nos reíamos y los pasábamos bien. Y entonces algunas veces, empecé a vestirme con faldas y camisas, pues quería estar guapa para él. También algunas veces me puse máscara de pestañas y brillo en los labios, aunque eso sí, sin que mi madre se enterase.

Pero entonces llegó el día en el que me di cuenta de que ahora Mariano también se reía con mi amiga Carolina. Y empecé a mirarles con recelo. Y ya no me hacían gracia los comentarios ingeniosos de ella, ni me gustaba que viniese con nosotros. Y llegó el día en el que, mis cuatro amigas me dijeron que entrase en el baño del colegio porque tenían que hablar conmigo. Y creo que en el fondo yo sabía cuál era la noticia.

Recuerdo que caminé como muerta hacia el baño. Que el corazón me latía violentamente, pero que no sentía las piernas ni los brazos. A mi paso, todo lo que veía se presentaba ante mis ojos como ralentizado y mi cabeza repetía una otra vez: <<no, por favor. No, por favor>>

Y llegué al cuarto de baño. Un baño de colegio, pequeño y algo maloliente. Blanco y lleno de pintadas de corazones y comentarios de mal gusto.

-¿Qué pasa?

Pregunté intentando aparentar serenidad.

Carolina comenzó a hablar:

-Bueno, Shere, espero que no te enfades. Yo te quiero, eres mi amiga...

-¿Y?

Dije casi desafiante.

-Verás, últimamente, Mariano y yo...

A pesar de que de alguna manera yo ya lo sabía, al escucharlo, realmente sentí que el corazón se me rompía. Había oído hablar de corazones rotos y ya había leído un montón de novelas de amores imposibles, pero hasta aquel momento, nunca antes había experimentado lo que sentía cuando se rompía el corazón. Y era mucho peor a como me lo había imaginado. Todos los dolores de corazones rotos que había leído en las novelas, no se parecían ni un poquito a lo que sentía yo en ése momento. Era mucho más horrible. Mucho más doloroso. Mucho más triste y para mí, sobre todo, mucho más humillante porque vi los ojos de mis cuatro amigas observandome. Mirando en silencio y espectantes a mi reacción. Y vi la tristeza y la compasión en sus ojos y no los soporté. Un sollozo se me ahogó en la garganta y sólo atiné a decir antes de salir de aquellas horribles cuatro pareces, asistentes de mi desgracia:

-Lo entiendo, pero debías habérmelo dicho antes.

Me marché y corrí por los pasillos del colegio hasta llegar a los baños de la planta de arriba. Me encerré en el baño del fondo y sentada en el water lloré.

Al principio lloré en silencio. Las lágrimas comenzaron a brotar como auténticos torrentes de agua, mientras el alma se iba rompiendo junto con mi corazón ya desecho. Pero después, comencé a llorar con rabia y sonoros sollozos. Y no podía dejar de repetirme <<por qué>>.

A lo largo de los años, he descubierto que ésa es la primera fase después de un desengaño, el por qué. Y es que supongo que, no importa la edad que se tenga, pues nunca llegaremos a comprender porqué lo que al principio parece una cosa, después resulta que en la realidad, no tiene nada que ver con lo que creíamos que era. Y nos sentimos engañados y defraudados. Y así me sentí yo a los doce años. Engañada por Mariano. Defraudada por mi amiga Carolina. Y sobre todo muy ridícula a ojos de mis amigas, pues no quería que me mirasen con pena, como se mira a un derrotado.



No hay comentarios:

Publicar un comentario