lunes, 15 de junio de 2015

5. ANTIPÁTICA

Cuando Carolina y yo llegamos al pub, aún era muy pronto y a penas había gente. Sólo estaban algunos compañeros y compañeras del instituto. Saludamos debidamente a todos aquellos que conocíamos, algo que nunca he llegado a entender del todo. Pues cuando con aquellas personas coincidíamos en el instituo, nos saludábamos con un simple "hola", o ni si quiera nos dirijíamos la palabra y, lo mismo pasaba si el encuentro era un día cualquiera por la calle o en un centro comercial. Pero si el encuentro se hacía en fin de semana, entonces la cosa cambiaba y nos saludábamos con dos besos y nos preguntábamos qué tal, que cómo nos iba la vida, como si llevásemos años sin vernos. Las canciones que sonaron aquel verano del año 2000, eran animadas y pegadizas. Hablaban de sol, de playas, de amor... y yo me las aprendí todas. Y aún hoy, en enero del 2015, si escucho alguna de ésas canciones en la radio, de alguna manera, me siento transportada al verano del 2000, cuando yo esperaba ansioasa en el pub la llegada de Roberto. Y me parecía que todas aquellas canciones, hablaban de nuestra historia. Durante toda la noche, me mantuve alerta y muy pendiente cada vez que la puerta del pub se abría. Pero nunca era Roberto. Miré desilusionada a Carolina: -¿Es que Roberto no va a venir? -Yo no sé qué te ha dado con ése chico. Mira, hay un montón de chicos guapos y me he fijado en que aquel, no ha dejado de mirarte. Ni si quiera presté atención. No me interesaba ningún chico que no fuese Roberto, por extraño que pareciese, dado mi carácter ligeramente romántico y enamoradizo. Suspiré desilusionada. Un muchacho se nos acercó. Era Carlos, el chico que le gustaba a Carolina. A mí no me caía bien y sabía que yo a él tampoco. Carolina se puso muy contenta y en seguida se puso a charlar animadamente con él. La envidié por ello. Yo nunca podía hablar con los chicos que me gustaban con aquella naturalidad y frescura. Recordé cuando un día en el instituto me armé de valor y quise hablar con Alberto, el chico más guapo de todo el centro. Fue un auténtico fracaso. Se me cayeron todos los libros que llevaba en las manos. Yo me agaché para recogerlos y, mientras lo hacía, pensé que tal vez pasaría como ocurría en las películas americanas y entonces él, también se agacharía, los dos cogeríamos un libro a un tiempo, nos miraríamos fijamente y... ¡tachán!, habría surgido el amor. Pero no fue así como pasó. Por el contrario, yo me agaché y él se quedó observando sin inmutarse. Cuando acabé de recoger todos los libros, me dijo que qué quería y yo, muerta de vergüenza, no respondí y él se marchó. En realidad, lo que quería era pedirle una cita. Bueno, no una cita como en las películas. Pero sí proponerle quedar un día. Tal vez una chica como yo, nunca debió pensar si quiera en proponerle algo así al chico más guapo del instituto. Y como era de esperar, yo nunca tuve mi cita con Alberto. La tuvo Laura y Alejandra y Pilar y muchas otras. Pero ya no importaba Alberto. Ahora mi corazón y absolutamente todo mi ser pertenecían a Roberto y si tenía la suerte de verle ésa noche hablaría con él, de la misma manera en que Carolina hablaba con Carlos. Y entonces, comencé a divagar... y pensaba que si Roberto aparecía, le saludaría con alegría y normalidad. Le preguntaría cómo había pasado el día y qué tal le iba en la universidad y entonces, comenzaríamos una animada charla que duraría toda la noche. O mejor, hasta el amanecer. Hablaríamos de Platón y Kant, proque él sería estudiante de filosofía y yo, amante del pensamiento clásico, le escucharía con atención. También hablaríamos de escritores y yo le contaría que estaba leyendo "Niebla" de Unamuno. Y así pasaríamos toda la noche sin dejar de hablar... -Shere, ¿en qué piensas? Llevas un rato embobada ¿o es que estás mirando a alguien? Salí de mis pensamientos. -¿Dónde está Carlos? -Se marchó hace un rato y me ha contado algo que te gustará-presté atención-resulta que conoce a Roberto y sus amigos. ¡Ha sido una casualidad! Resulta que me cuenta que mañana juega un partido con su nuevo equipo y entonces dice que, el resto de jugadores, son algo más mayores que él y que hay un chico muy majo que se llama Roberto y que tiene un amigo que se llama Óscar... evidentemente, no puede ser otro que tu Roberto. El caso es que me ha dicho que vaya a verle jugar. Deberíamos ir, así yo veré a Carlos y tu volverás a ver a Roberto. Algo muy común en el pueblo era que, las chicas fuésemos a ver jugar a los chicos. En realidad, yo cuando había ido, por un lado me había aburrido soberanamente porque el fútbol me parecía rematadamente tedioso, pero por otro lado, era sumamente excitante ver a un montón de chicos guapos. -¡Sí Carolina! ¡Vayamos! Grité más que entusiasmada. -Podrías quedarte a dormir a casa y así por la mañana iremos juntas al campo. Además hace mucho que no duermes en casa. Era verdad. Carolina y yo, desde hacía unos años y a pesar de lo que había pasado con Mariano hacía dos años, eramos prácticamente inseparables. Muchas veces dormíamos una en casa de la otra. Y pasábamos la noche cotilleando de todas las muchachas del pueblo y alabando o criticando a tal o cual chico. Podíamos pasarnos así la noche entera. Muchas veces habían dado las seis de la mañana y nosotras seguíamos hablando sin parar. A mí me encantaban aquellas noches. Reíamos mucho y soñábamos despiertas imaginando romances imposibles. -Debemos ir a mi casa y decirle a mi madre que duermo contigo. -Mis padres no están-dijo Carolina pensativa- ¿Qué te parece si decimos a tu madre que nos vamos a dormir a mi casa y volvemos aquí? ¡Podremos llegar más tarde de las once y media! Concluyó emocionada. Yo sonreí y un nerviosismo de rebeldía me recorrió el cuerpo. Siempre había sido tan obediente que engañar de aquella manera a mi madre, me parecía increíblemente emocionante. Fuimos a mi casa como había sugerido Carolina y tras obtener el permiso para ir a dormir a su casa, volvimos al pub. Al entrar, todo me pareció muy raro. Normalmente, debía estar en casa a las once y media y ahora pasaban de las doce. Ya no conocía a nadie de la gente que había en el pub. Todos los compañeros del instituto parecía que también debían estar en casa a las once y media. Y toda la gente me parecía muy mayor. Me sentí muy incomoda, pero a Carolina no parecía importarle estar rodeada de gente de dieciocho y diecinueve años. -¿No crees que la gente es muy mayor? Pregunté a Carolina. Y antes de que ella respondiese, vi que un muchacho que se apoyaba en la barra, me sonreía y con un ademán de la mano me decía que me acercase. Yo le había visto alguna vez por el instituto, iba a segundo de bachillerato y había tenido una novia pelirroja que estudiaba bachillerato de arte. Le miré confundida e inmediatamente, miré detrás de mi, pensando que seguramente estaba llamando a otra persona. Pero detrás de mí no había nadie. Le volví a mirar y volvió a hacer el mismo gesto. Más que sorprendida, le miré y señalándome a mí misma, dije: -¿Yo? El rió graciosamente y asintió. -Carolina, ése chico, me está llamado. -¡Ya lo he visto! Lo que no sé es porqué sigues aquí. Y me empujó. Llegué hasta él mirando a Carolina con reproche. El muchacho me cogió la mano y me dijo: -¿Quieres tomar un chupito conmigo? Asintí confundida. -Soy Bello. ¿Bello? -Y yo preciosa. Respondí altiva. El chico rió ligeramente antes de decir: -Es mi apellido, así me llama todo el mundo. Sentí que calor en la frente y supe que mi cara se había teñido carmesí. -¿Cómo te llamas tu? -Sherezade. -¡Vaya, qué nombre más bonito! Y acto seguido me dio dos besos. Estaba acostumbrada a que todo el mundo me dijese que tenía un bonito nombre, pero no a que me lo dijese un chico tan bien parecido. Nos sirvieron dos chupitos y temí que estuviera fuerte. Cogiendo el suyo, Bello me miró directamente a los ojos y brindando conmigo, dijo: -Por ti. La mexcla de sus palabras con sus ojos clavados en los míos, me pusieron muy nerviosa, pero sin pensar demasiado, me llevé el vaso a la boca y tragué sin respirar. Por el fuerte sabor, deduje que era whisky, ligeramente rebajado con lima. Me ardió la garganta, pero disimulé y aunque por dentro estaba muriendo, sonreí. -¡Vaya! una chica fuerte. Exclamó él. Yo sonreí y volví al lado de Carolina. Una vez hubimos llegado a casa de Carolina, revivimos mi conquista una y otra vez sin parar de reír. Así que, a pesar de que no había visto a Roberto, lo habíamos pasado muy bien. Y lo mejor era que la noche no había acabado. Como solíamos, Carolina y yo nos quedamos hablando horas y horas. Recordamos antiguas noches en las que habíamos dormido juntas, como la noche en la que Carolina había hablado en sueños, o en la que yo me había puesto un wonder bra y había imitado a Jessica de "Las gemelas de Sweet Valey". También recordamos antiguos amores, como cuando yo estaba profundamente enamorada de Jesús y del Power Ranger azul. También del profesor de prácticas de gimnasia, Alberto y porsupuesto, de mi querido Iván, del que aún no me había olvidado del todo. De hecho, he de reconocer que aún a día de hoy, si alguna vez me lo cruzo en la calle o el metro, no puedo evitar sonreír, pensando en lo mucho que me gustaba a mis sólo doce años de edad. Nos probamos vestidos y modelitos para el partido del día siguiente. Yo estaba increíblemente emocionada sabiendo que por fin, volvería a ver a mi Roberto. Y por fin, a las seis de la mañana, nos fuimos a dormir. Ya sólo quedaban tres horas para el esperado partido y yo, me acosté con un pequeño cosquilleo en la tripa y el corazón latiendo muy fuerte. Qué deliciosos nervios sentía. Aún no había amanecido del todo cuando yo ya me había despertado. Sonreí alegremente y dándo un salto de la cama, miré a Carolina esperando que ella se despertase con la misma alegría con la que yo me había despertado. Pero no fue así, así que casi en un susurro, dije: -Carolina. Carolina, despierta. Pero Carolina no se despertaba, así que volví a decir un poco más fuerte: -Carolina, llegaremos tarde al partido. Y como tampoco resultó, casi gritando, dije: -¡Vamos, Carolina, despiertáte ya! Son las ocho de la mañana. -Déjame dormir. Dijo ella visiblemente molesta. -¿Perdona?-dije más que sorprendida. Y es que no estaba dispuesta a perderme el partido-¡Despierta ya Carolina! Dijimos que iríamos al partido e iremos al partido. Desde luego que iríamos. Yo tenía que ver a Roberto, pues no me creía capaz de vivir una semana más sin verle. Estaba segura de que de no ser así, podría llegar a morir de pura nostalgia. Y cuando creía que finalmente me perdería el partido, Carlina abrió los ojos. Se desesperezó lanzando un gruñido y dándo un salto de la cama, me dijo: -¡Vamos! Metete en la ducha, mientras yo, haré las camas. Obedecí sin rechistar y en poco menos que media hora, las dos estábamos listas para salir de casa. Era una clarísima mañana de principios del mes de junio. Aún no había amanecido del todo y el horizonte tenía ése delicioso tono violeta con destellos de fuego. Cogí todo el aire que pude y sonreí feliz. Ah, ése amor de adolescencia. Ése enamoramiento que todo lo puede. Ése que creemos para siempre, y que realmente lo es, por que nunca, nunca, se olvida. Mientras cáminabamos bajo el cielo de la mañana con dirección al campo de fútbol, Carolina y yo íbamos imaginando un montón de situaciones que esperábamos que realmente ocurrieran. -Tal vez, después del partido, se marchen todos los jugadores a tomar algo, así que, debemos ser simpáticas para que nos inviten a ir con ellos. -¡Sí!-dije yo emocionada-eso sería perfecto. Pero Carolina,-me puse seria-si algo así llega a ocurrir, debes ingeniártelas y ayudarme, de tal manera que, al final, sólo nos quedemos Roberto y yo. Carolina lanzó una carcajada, antes de decir: -¿Y para qué quieres qudarte tu sóla con Roberto? Realmente Shere, ni te imagino intentando conquistarle. Te he visto otras veces con chicos que, aparentemente te gustaban mucho menos y no eras capaz ni de formar una frase completa, si te quedases sóla con Roberto, apuesto a que no serías capaz ni de hablar. Lancé a Carolina una mirada fulminante y dije: -Qué poca fé. Bueno, tal vez tengas algo de razón, pero con Roberto sería diferente, porque él llevaría la iniciativa, de tal manera que yo no tendría que hacer ni decir nada. -Si tu lo dices. Concluyó Carolina con resignación. Realmente me ofenió que Carolina confiase tan poco en mí. Era cierto que normalmente no era capaz de hablar con ningún chico que me gustase y realmente así era difícil poder conquistar a ninguno, ¿pero a caso no podría ocurrir que Roberto quisiera conquistarme a mí? Por fin llegamos al campo de fútbol y mi corazón latía furiosamente. Miré con atención a los campos de fútbol, pero entre todos los chicos, no podía distinguir a Roberto. -¿Le ves? Pregunté. -No, no veo a ninguno. Tampoco a Luis. Sentémonos en las gradas. Una vez estuvimos sentadas en las gradas, la visión de los dos campos de fútbol, era muy buena. Me puse a mirar con atención, buscando a Roberto con la mirada, cuando Carolina empezó a reirse nerviosamente. -¿Qué ocurré? Pregunté mirándola sorprendida. -Justo en frente. Mira, el chico de anoche. Miré dónde ella me indicaba, pero aún, sin ser consciente de a quién se refería. Y entonces le vi. Era Bello, quien me saludaba con energía desde el campo de fútbol. Yo le saludé con la mano, un poco confusa. Él pareció aún más enérgico, mientras iba acercándose en mi dirección. -¿Dónde va? Pregunté de manera retórica a Carolina. -Pues supongo que a saludarte. Respondió con condescendencia. Bello llegó hasta nosotras y nos dio dos besos a cada una. Y sonriéndome alegremente me preguntó qué tal estaba. Yo estaba muy sorprendida y respondí escuentamente, que estaba bien. -Me alegro. Bueno... ¡espero volver a verte pronto! Y diciendo esto, volvió corriendo al campo. Yo le seguí con la mirada, sorprendida todavía. ¿Cómo era posible que yo hubiese gustado a un chico como Bello? Porque desde luego que, su mote, le encajaba a la perfección. Tenía un bonito rostro y una sonrisa perfecta y ahora que le veía con la ropa de su equipo de fútbol, estaba claro que tenía un cuerpo realmente escultural. -¡Madre mía Shere! Le gustas un montón y es guapísimo. No la respondí y es que, mis ojos acababan de encontrarse con Roberto. Carolina miró hacia la dirección en la que yo estaba mirando y fue entonces cuando él nos descucbrió. Miró hacia nosotras, sonrió e hizo una además con la mano. Carolina le devolvió el saludo, pero yo me encontraba total y completamente petrificada. Y Roberto comenzó a andar. Caminaba hacia nosotras. -Viene hacia aquí. Pude decir a penas con un hilillo de voz. -Por favor Sherezade, comportate. Me dijo por lo bajo Carolina, sin duda sabiendo que, como en otras muchas ocasiones, cuando el chico que me gustaba estaba cerca, me transformaba sin ser consciente de ello, y me comportaba de maneras completamente inapropiadas... como de hecho, estaba a punto de suceder. -¡Hola chicas! Dijo Roberto al llegar a nuestra altura. Yo no le miraba, me había quedado completamente hierática, con la mirada al frente, pero pude ver cómo él se inclinaba y daba dos besos a Carolina. El corazón comenzó a golpearme el pecho furiosamente, a sabiendas de que ahora me tocaba a mí saludarle con dos besos. Sentí que las piernas me temblaban y que todo a mi alrededor daba vueltas. Me llevé las manos al pecho, en un absurdo intento de calmar mi corazón que palpitaba alocadamente. Y entonces, le tuve delante. Mis ojos se clavaron en los suyos y sentí que podría llegar a desmayarme y dejé de ser dueña de mis actos. Él se inclinó para darme dos besos y justo cuando sus labios estaban a punto de rozar mi mejilla, me giré. Me giré y le de la espalda. Le di la espalda y cerré los ojos. Cerré los ojos y pensé: "¿qué estoy haciendo?" -¡Anda, qué chica más antípatica!

domingo, 11 de enero de 2015

4. IRLANDA

Y así fue como me enamoré. Y lo supe, supe que me había enamorado.
Cuántas veces había leído yo sobre enamoramientos en las novelas de Bárbara Cartland y Danielle Steel. Por lo que había leído, yo, al igual que las jóvenes de las novelas, también me había enamorado de inmediato, pero lo mío era mucho más fuerte que en lo que en ésas páginas de novela rosa se decía. Por que además, mis sentimientos eran reales, no de una novela romántica de época. Y qué sentimiento tan grande y puro. Un sentimiento que me llenó por completo el alma y, era por él. Por Él. Por Roberto. Así que por fin, a mis catorce años, podía poner nombre y rostro a mi príncipe de los sueños. Por el que yo había suspirado aún sin conocerle. El que había sido dueño de mis fantasías aún sin verle. Al que había anhelado cada nuevo verano. Y por fin allí estaba, a sólo unos metros de mí.
-Por favor Carolina, quiero conocerle.
Dije algo temblorosa.
Y entonces Carolina, que era muy extrovertida y graciosa, sin más preámbulos, me cogió de la mano y sin vacilar ni un poquito, se encaminó hacia él llevándome a mí de la mano.
A mitad de camino, me detuve y tiré del brazo a Carolina.
-Estoy un poco nerviosa.
-¡No digas tonterias!
Y continuamos hacía Roberto, que estaba junto con dos amigos más y supuse que eran los chicos de los que tambián habían hablado mis amigas.
-¡Hola chicos!
Dijo Carolina muy alegremente cuando hubimos llegado hasta ellos.
-¡Hombre Carolina!
Dijo uno muy alto de ojos grandes.
-¡Qué alegría volver a verte!
Dijo el otro, moreno, con una cara muy agradable y con apariencia de mayor.
-A esta amiga tuya, no la conocemos.
Dijo entonces Roberto, sonriéndome amablemente. Me quise morir. Me estaba mirando y se había referido a mí. ¿Acaso se podría ser más feliz? ¿Y estar más nerviosa?
-Os presento a mi amiga Sherezade.
Exclamó Carolina firmemente.
El más alto, me dio dos besos a la vez que me decía que su nombre, era Oscar. El otro dijo que se llamaba Santi y, entonces llegó el turno de Roberto.
-Soy Roberto.
Lo dijo muy serio, y sentí que sus ojos negros me penetraban y que podrían llegar a ver en el fondo de mi alma. Me quedé inmóvil y me dio dos besos. El corazón comenzó a latir enloquecido y pensé si a caso, él pudiese estar escuchando tan sonoros latidos.
Cuando se retiró, yo continuaba hierática y las mejillas, donde había posado sus labios, me ardían. Él me sonrió de una forma que me pareció enigmática y entonces, saliendo de mi pequeño momento completamente mágico, oí a Carolina que decía animadamente:
-¡Hasta luego chicos! Después vendremos y tomamos algo juntos.
Volví a mi taburete y durante unos momentos, me quedé pensando en lo que acababa de pasar. Bueno, en reallidad no había pasado mucho... o sí. Claro que sí. ¡Acababa de enamorarme! Me llevé una mano a la mejilla, la cual aún me ardía. Y miré en dirección a Roberto. Qué sorpresa al ver que él me estaba mirando. Pero al contrario que en otras ocasiones, en las cuales, al comprobar que un chico me miraba, yo en seguida apartaba mi mirada, esta vez, no pude dejar de mirarle. Mis ojos se quedaron colgados de los suyos. Y entré en una especie de mágica hipnósis y me hubiese quedado así eternamente. Mirándole. Recreándome en su profunda mirada. Y es que sentía como que aquello ojos negros, eran capaz de ver más allá de mi simple apariencia y llegar a lo más hondo de mi alma. Me miraba tan serio, que sus ojos me parecían todo un enigma. ¿Acaso podría haberse dado cuenta de que en un sólo instante me había enamorado? No, éso era completamente imposible. Pero su mirada me inquitaba, me hipnotiza y me tranquilizaba a un tiempo, porque, aunque era la mirada más enigmática que había visto nunca, al poner en contacto mis ojos con los suyos, aunque mi corazón se había vuelto completamente loco, mi alma estaba tranquila. Tranquila y feliz.
Pero en algún momento, toda esa tranquilidad y magia, se apoderaron tanto de mí, que saliendo de golpe de ése extraño hipnotismo, sentí que ya no podría sostenerle más la mirada, se me arrebolaron las mejillas y miré hacia abajo.
Pero toda aquella tarde, cada vez que yo le miraba, podía comprobar que también él me estaba mirando a mí. En ocasiones, rápidamente yo apartaba la mirada, pero otras, sin poder evitarlo, caía en el magnetismo de su mirada. Y así nos quedábamos, mirándonos. Él muy serio, yo, completamente azorada y con la increíble seguridad de que ya, nunca nunca, podría vivir sin ver sus ojos.
En las novelas que yo solía leer, las jóvenes damas, cuando caían en los tiernos brazos del amor, no dormían y se pasaban las noches deambulando y suspirando. Pero ése no fue mi caso. Al llegar la noche y encontrarme en mi cama, dejé la ventana abierta y una débil, aunque refrescante brisa de junio, hizo ondear ligeramente las cortinas blancas de mi habitación. Me acosté más feliz de lo que había estado nunca en mi vida, y recordé su mirada. Ésa penetrante mirada, mágica e inescrutable. Y así, pensando en sus ojos y en su bonito rostro aniñado, me quedé profundamente dormida.
A la mañana siguiente, me desperté con una amplia sonrisa en la cara. Y tenía algo en la tripa que me hacía cosquillas y me llenaba de felicidad. Hubiera podido salir volando por la ventana y gritarle al mundo que estaba loca y profundamente enamorada de Roberto, el chico más guapo y maravilloso que jamás nadie hubiese visto.
Qué sentimiento tan increíble y grande. Todas las veces que me habían gustado tantos chicos, también habían sido sentimientos bonitos, sinceros y puros y cuando no había sido correspondida, me había dolido mucho. Pero lo que ahora sentía, no tenía nada que ver con lo anterior. Lo de ahora era inmenso, mágico, tan grande que me hacía bailar de pura felicidad y realmente era como si mis pies no tocasen el suelo, pero es que realmente creo que por aquel entonces, de verdad volaba.
Justamente anoche, hablando con una amiga, le dije:
-¿Cómo es posible que, de repente un día aparece una persona ante ti y te puede trastocar toda tu vida de una manera increíble? Porque, con sólo haberle visto ya te has enamorado, sin ni siquiera conocerle.
Pero así somos. No sé porqué de repente, puede surgir un sentimiento tan grnade con sólo la visión de una persona. Pero el caso es que, de pronto, tienes la certeza de que ésa es la persona que siempre has estado buscando y por alguna razón inexplicable, un día, como otro cualquiera, por fin se presenta ante los ojos de uno y entonces ya, no hay marcha atrás.
Yo creo que son las energías que llevamos dentro. Las energías o el alma o como se quiera llamar. Y es que ésas energías, antes incluso de unirse al cuerpo, se han estado buscando para unirse. Y entonces, cuando por fin se encuentran, se crea ése titilante magnetismo mágico, al que llamamos amor.
Fui corriendo hasta la cocina, donde sabía que encontraría a mi madre. Mi madre, la que me había tenido que sufrir hablar de tantísimos chicos. De lo guapo que era Alberto; de lo mala que era "Miriam, la rubia"; de que por fin Iván me había saludado; de lo nerviosa que me ponía cuano veía a Jesús; de las mariposas que sentía en el estómago cada vez que veía a David y así, un sin fín de chicos.
-¡Buenos días!
Grité al entrar.
-Buenos días. Qué contenta estás. Anoche debiste pasarlo bien.
-¡No lo sabes bien!-exclame mientras daba vueltas-¡Me he enamorado!
Mi madre lanzó una carcajada.
-Pero hija, cuentame algo nuevo. ¿Y cuándo no te enamoras tu?
-Pero es que no lo entiendes. Esta vez es diferente. Mamá, me he enamorado de verdad.
Y tuve ganas de llorar.
Mi madre me miró seriamente y creo que me creyó. Pero ninguna de las dos supimos en aquel momento que casi quince años después, también nos encontraríamos en la cocina hablando de él.
Le conté a mi madre con todo lujo de detalles, sin perder ni una sola palabra, ni un solo gesto, ni una sola mirada, cómo había sido la noche. Y a cada palabra que daba creo que me iba enamorando más y más, hasta sentir que era completamente imposible estar más enamorada de lo que ya estaba.
-¿Cuándo volveré a verle? Mamá, dime. ¿Volveré a verle pronto? Espero que sí, porque sino, creo que podré morir de pura incertidumbre. Si pudieras verle es tan guapo. Parece un niño. Pero tiene diecinueve años. ¡Es tan mayor! ¿Crees que es mayor para mí? Yo creo que sí, pero por eso me gusta más. Y sus ojos ¡Qué ojos! Y una nariz tan pequeña y bonita. ¡Pero mamá, dime algo!
-¿Pero qué quieres que te diga sino dejas de hablar?
-Pues lo que te he preguntado-decía yo ansiosa-¿Crees que con diecinueve años es mayor para mí?
-Bueno, sólo te quedan unos meses para cumplir quince años. Creo que está bien. Además, aunque en ocasiones eres muy cabeza loca e incluso pueril, eres madura para tu edad.
Sonreí satisfecha ante aquella respuesta.
-¿Y verle? ¿Le volveré a ver?
-¡Claro! Si dicen que suelen ir al pub, pues allí le verás.
-¡Pero nunca antes le había visto y aunque sólo he empezado a ir allí, ya he ido muchas veces y nunca antes les había visto! ¡El próximo sábado! ¿Le veré el próximo sábado?
-¡Ay hija! Cuándo te dá por algo...
Y así pasé la semana. Preguntaba a cada momento a mi madre o a mis amigas cosas así, como sí le vería el siguiente sábado. Cuál sería su color preferida. Si le gustaría leer. O qué haría en su tiempo libre.
Recuerdo que en ocasiones me era difícil ser amiga de mis amigas. No es porque ellas fuesen desagradables o algo así, en realidad era todo lo contrario. Eran muy buenas conmigo, me querían y me cuidaban. Siempre tuve algo, tal vez inocencia o dulzura, no lo sé, que ha hecho que le gente me quiera. Y mis amigas siempre me han querido. Pero no era fácil ir con ellas porque, la capacidad adquisitiva de sus familias era mucho mayor que la de la mía. Por ello, aquel verano, yo no pude ir a la piscina pública tantas veces como ellas. Ni podía comprar todos los días golosinas. Ni tomar todos los fines de semana un refresco. Aquello no me importaba demasiado, aunque en ocasiones, se me hacía algo vergonzoso y cuando no iba a la piscina, inventaba alguna excusa como que me dolía la tripa o tenía que hacer un recado. Y si decía aquellas pequeñas mentiras, no era por vergüenza ni mucho menos, sino porque no quería que se compadecieran de mí.
Pero lo que sí que me afectó por mi condición económica, fue que, ése verano, muchas de ellas, las que iban al colegio de Madrid, pasarían un mes en Irlanda estudiando inglés.
Desde que podía recordar, mi sueño era viajar a Londres o Nueva York. Virginia y yo, con once años, nos habíamos prometido que con dieciocho, seríamos jóvenes grounge, estudiaríamos en la universidad, viviríamos juntas y vajaríamos a Nueva York para ver las torres gemelas. Y me imaginaba tantas veces cómo sería aquel viaje. Pero Lóndres estaba mucho más cerca y yo quería ver el cambio de guardia y los autobuses de dos plantas y los elegantes taxis. Y bueno, Irlanda no era ni Londres ni Nueva York, pero seguro que también era bonito, con sus castillos y prados verdes.
-Mamá, ¿podría yo apuntarme al viaje de Irlanda de mis amigas? Aprendería inglés, que sabes que no se me dá nada bien y es una gran oportunidad. Me alojaría con una familia y no hay que pagar mucho.
Evidentemente, la respuesta fue que no. Ni si quiera pregunté el porqué, pues yo ya lo sabía. Yo ya era mayor, estaba a punto de cumplir quince años y desde hacía muchos años, ya me había dado cuenta de que mi familia era muy humilde. Tal vez antes no lo había sabido porque de pequeña siempre había tenido todos los juguetes y vestidos que había querido. Y si mi casa era pequeña, nunca me había importado y de hecho creía que, todo el mundo en general tenía casas como la mía, pero no era así. Resultaba que casi todo el mundo vivía en bonitos chalets adosados con dos o tres plantas, dos o tres baños, dos o tres televisiones y un bonito jardín. Cómo me gustaría tener un jardín. Un jardín pequeño, donde poder plantar unas margaritas y tal vez un naranjo. Y así, en las tardes de primavera, podría sentarme para disfrutar de las flores, y ésa brisa que huele a verde y frescor.
Aquella semana, después del día en yo conociera a mi Roberto, era la semana en que mis amigas partirían hacía tierras irlandesas. He de reconocer que en un principio me sentí profundamente celosa. No me alegraba por ninguna de las que irían al viaje. Ni si quiera por mi adorada "pequeña Luci" Desde mi envidia, pensaba que aquel viaje me lo merecía yo casi más que ninguna. Yo era buena y me esforzaba por estudiar. Además quería ir a la universidad. Y sobre todo, deseaba con toda mi alma ir alguna a Gran Bretaña. ¡Qué injusto era todo! Yo sabía que mis amigas, en su colegio de Madrid, hacían un montón de travesuras a los profesores y sus notas tampoco eran buenas. Bueno, lo cierto es que las mías tampoco habían sido muy buenas al entrar en el instituto, pero me había esforzado y finalmente había conseguido aprobar todas las asignaturas.
Hubo muchas noches en las que tumbada en mi cama y tapada hasta la cabeza, había llorado pensando en ése viaje a Irlanda, pero al final, no me quedó otra que resignarme.
Y llegó el día en el que Lola, "la pequeña Luci" y su prima y Emilia, partieron para Irlanda, junto con sus compañeros y compañeras del colegio. Además, Gabriela, Virginia e Inés, fueron de vacaciones con sus padres. Así pués, Carolina y yo, teníamos un largo y caluroso verano por delante.
Solíamos quedar por la tarde en el barrio y, mientras yo no dejabaa de hablar de mi adorado Roberto, ella hablaba de Carlos, el chico que le gustaba.
Nos gustaba observar a los grupos de chicos mayores. Y aunque mi corazón ya sólo pertenecía a Roberto, no podía evitar emocionarme cuando veía a Iván o a Daniel, el de ojos azules y sonrisa perfecta.
-¿Qué crees que estarán haciendo Lola y las demás?
Pregunté el jueves por la tarde a Carolina, mientras comíamos pipas sentadas en un banco.
-No lo sé. Dijo que nos escribirían una postal. Seguro que lo están pasando bien y conociendo a mucha gente.
-A mí me gustaría conocer a un chico irlandés. Pelirrojo y con los ojos verdes.
Dije mirando más allá de las copas de los árboles.
Carolina a penas reaccionó ante mis palabras y casi distraídamente, dijo:
-Los pelirrojos son raros y además, yo creía que estabas enamorada de Roberto.
-¡Y lo estoy!-respondí con behemencia- pero si yo hubiese viajado a Irlanda, me hubiese gustado tener un bonito romance de verano. ¿A ti no? La verdad es que me gustaría mucho tener un amor de verano y ése no puede ser Robaerto, porque él es el amor de mi vida.
Carolina no dijo nada. A lo lorgo de los cuatro días, desde que conociera a Roberto, había hablado de él como el amor de mi vida hasta la saciedad y había recreado tantísimas veces nuestra presentación, que ya casi había perdido el poco encanto que hubiese podido tener. Pero aún así, yo no me cansaba de revivir ésos instantes en mi cabeza una y otra vez.
Al llegar la noche, pensaba en él. Recordaba nuestra presentación y después, mi desbocada y alocada imaginación, comenzaba a divagar y entonces comenzaba a vivir un hermoso romance. Y al llegar la mañana, de aquel increíble verano del año 2000, yo sonreía. Subía las persinas de mi cuarto atestado de muñecas y dejaba que los rayos del sol de julio, entrasen a raudales. Me sentía tan increíblemente feliz que me sentía capaz de poder salir volando por la ventana. Qué mágico sentimiento el del amor. Y a la vez extraño y misterioso, pues, ¿cómo yo podía sentir amor, si ni si quiera tenía la suerte de conocer a Roberto? Sin duda se trataba de un flechazo. Pero yo no creía en los flechazos. Pensaba que los flechazos estaban bien en las novelas y los cuentos, pero en la vida real ésas cosas no pasaban. Aunque pensándolo bien, y teniendo en cuenta lo que me estaba pasando, tal vez los flechazos no sólo eran cosas de novelas románticas.
Y por fin llegó el viernes. El viernes amaneció con un sol glorioso y mis nervios se dispararon enormemente. Nada más levantarme, llamé a Carolina.
-¿Quién?
Preguntó una Carolina ligeramente adormilada.
-¡Buenos días!
-Cuánta energía tienes ya. Es muy pronto.
-Son las 10.30. Una hora perfecta para disfrutar de esta mañana de verano.
-Oye, ¿te parece que vayamos al rastro esta mañana?
-¡Claro!
Los viernes por la mañana, había en el pueblo mercadillo, llamado coloquialmente por las mujeres del pueblo, "el rastro" o "los viernes", por que se ponía los viernes...
"Los viernes", no tenía nada que no tuvieran otros mercadillos. Eran los mismos puestos ambulantes de siempre y de todos los demás mercadillos: frutas, verduras, calcetines, ropa poco ponible, aunque si se buscaba con atención, siempre se podía encontrar algo bonito.
A lo largo de los años, yo había ido forjándome un estilo bastante peculiar. De pequeña había llevado vestidos pomposos y de seda, con lazos y puntillas. Vestidos demasiado recargados para ir al colegio, pero lo cierto es que llevé aquellos vestidos hasta los once años.Ya era mayor para vestir así, pero es que a mí me encantaban. Con doce años, tuve mi extraña crísis de identidad y, mientras mis amigas ya se arreglaban a la moda como auténticas señoritas, yo vestida con vaqueros y sudaderas anchas que disimulaban mi pecho, bastante generoso para una niña de doce años. Pero poco a poco y con ayuda de Inés, comencé a vestir a la moda y como una chica de mi edad. A pesar de ello, mi estilo era bastante característico. A mí me gustaban los colores y la moda de los 80, así que, aunque a la moda, siempre llevaba algo "muy Sherezade", como solían decir mis amigas. Poco a poco, he ido definiendo cada vez más mi estilo, entre ochentero y muy tendente a lo infantil. Y aunque con doce años pudiera parecer que aborrecía la moda, lo cierto es que, desde hace unos años, no hay nada que me guste y tal vez, finalmente, al igual que Cocó Chanel, la que revolucionó la moda de forma magistral, nunca llegue a casarme.
Una vez hubimos llegado Carolina y yo a "los viernes", paseamos tranquilamente entre los puestos de ropa sin prestarles mucha atención, ya que estábamos completamente concentradas en nuestra conversación.
-Me han dicho que "Miriam, la rubia", lo ha dejado con Jesús.
-¿En serio?-pregunté más que sorprendida-¡Yo nunca habría dejado a Jesús! Así que me monta aquel númerito en la puerta del instituto y aahora resulta que le deja! Alucino con la gente. ¿Y sabes porqué le ha dejado?
-No, no lo sé. Aunque por lo que me han dicho, parece que ya está con otro.
-¿Con quién?
Pregunté más sorprendida aún.
-No lo sé.
-Vaya. Las hay con suerte. Fijate que, acaba de dejar a Jesús y ya está con otro y yo en cambio, nunca he estado con nadie. Y hace tantísimo tiempo que no me besa nadie que ya ni recuerdo cómo se hace.
Carolina rió.
-¡No digas tonterías! Éso no se olvida.
-Pues Carolina, te voy a decir una cosa:-dije muy seria-tengo que besar a alguien antes de besar a Roberto.
Carolina me miró medio pensativa y por fin dijo:
-Lo primero: ¿Por qué debes besar a alguien antes de besar a Roberto? Y lo segundo: ¿Por qué estás tan segura de que besarás a Roberto?
-Pues... verás. Mi primer beso con Roberto debe ser mágico y él, después de ése primer beso, debe quedar total, completa y locamente enamorado de mí, por lo que he de practicar. Y estoy segura de que él me besara porque... bueno, simplemente lo sé.
Concluí, con una media sonrisa.
Lo cierto era que, de alguna manera, sabía que Roberto me besaría. Incluso a mí me sorprendía estar tan segura de algo, porque yo era la persona más insegura del mundo. Pero sentía dentro de mí, algo que era muy complicado de explicar.
Dicen que, antes de nacer, nuestra energía ya existe y que en realidad, son las fuerzas del universo las que hacen que todo suceda como sucede. ¿Acaso no es éso el destino? Pues éso era lo que yo sentía; que, incluso antes de nacer, nuestras energías ya se habían conocido en una vida anterior y que, las fuerzas del universo habían sido tan fuertes y puras que ya nada podría separar nuestras almas.
Yo no hablaba a nadie de estos pensamientos que tenía, pues me habrían creído loca, pero es que tampoco creía que nadie pudiera si quiera entender de lo que yo hablaba.
Pero, ¿y cómo iba a ser de otra manera? ¿Cómo algo que ya había ocurrido antes de nacer, no iba a ocurrir en vida? Yo sentía dentro de mí que, durante mis catorce años de vida, mi alma había estado anhelante y buscando algo y ahora por fin, lo había encontrado.
El día se me hizo larguísimo. Miraba la hora casi a cada minuto. Deseaba que dieran las 18.00, hora en la comenzaría mi ritual para salir. Y digo ritual, porque realmente lo era. Tardaba dos horas completas en arreglarme y casi siempre llegaba tarde. Debía ducharme y arreglarme el pelo debidamente, que era lo que más odiaba. No me gustaba mi pelo porque era difícil de moldear y además era de un color castaño apagado, nada especial. Yo solía llamarlo, "el sin-color". Al igual que mis ojos, que eran "sin-color".
Después, tras luchar con mi larga cabellera, me maquillaba los ojos. Me encantaba maquillarme los ojos y usaba un montón de sombras de colores.
Durante todo el día, me lo pasé preguntando a mi madre:
-¿Le veré? ¿Crees que le veré, mamá?-pero sin dejarla responder, yo seguía hablando:- si no le veo, va a ser un chasco, porque me he comprado este vestido tan bonito y quiero que me vea con él. ¿Y crees que es mayor para mí? Tiene diecinueve años, aunque no aparenta más de quince ¡y es universitario!
Concluí dándo vueltas por el salón.
Mi madre rió antes de decir:
-No creo que sea mayor. Te saca cinco años, creo que eso está bien. Pero estoy segura de que esta noche te enamorarás de otro.
Acabó diciendo a la vez que se echaba a reír.
-¡Mamá!-dije ofendida-es verdad que me enamoro muy fácilmente y que de hecho, me encanta que me encante alguien, porque la sensación del enamoramiento es bonita y divertida al mismo tiempo. Pero es que esto es total, completa y absolutamente diferente ¿es que no lo entiendes? ¡Es él, mamá! ¡Es mi príncipe!
Mi madre sonrió y no dijo nada más.
Por fin llegaron las 18.00 de la tarde y entonces, comencé mi ardua tarea de arreglarme. Y justo cuando me disponía a meterme en la ducha, el teléfono sonó, mi madre gritó que era Carolina, y yo, cogiendo apresuradamente el albornoz, salí corriendo a por el teléfono.
-¡Hola!
-Hola Shere. Sólo quería preguntarte si te vas a poner el vestido que compraste esta mañana, es que yo no sé qué ponerme.
Desde siempre, yo he tenido a la hora de vestir, un estilo muy particular, rozando lo hortera, o más bien, muy hortera. Un estilo que en muchas ocasiones, ha hecho que la gente me mire por la calle, y que incluso mis amigas hayan dicho cosas como, que como me atrevo a ponerme tal o cual falda, o que aunque los zapatos son feos a mí me quedan bien. A pesar de ello, casi cada fin de semana, varias de mis amigas, me llamaban para pedirme consejo sobre su atuendo. Y la verdad, he de reconocer, que a mí me encantaba.
-¿Por qué no te pones la mini falda vaquera con la blusa rosa de florecitas?
-Había pensado que tal vez con la camiseta verde de tirantes, también quede bien.
-A mí me gusta más la de flores, pero prueba con las dos.
-¡Perfecto!
-¡Ah!-añadí-con la de flores, pelo liso, con la verde, pelo rizado.
-¡Muy bien! ¡gracias!
Y después de estos grandes consejos, yo me duché, me ricé el pelo y lo sujeté con una cinta morada, a juego con el vestido nuevo. Después me apliqué sombras moradas en los parpados y me pinté los labios de rosa claro. Y por raro que pareciera, estaba lista justo a tiempo.
Cogí las llaves y saliendo por la puerta, grité:
-¡Mamá, deseame suerte!
¡Suerte!

jueves, 18 de septiembre de 2014

3. ROBERTO


 
Lo cierto era que, a pesar de que yo anhelaba con toda mi alma un beso de verdad, romántico y de cuento de hadas, como los de las novelas de Bárbara Cartland, tampoco conocía a nadie en la vida real que lo hubiera tenido.

Los primeros besos de mis amigas, tampoco habían sido románticos y tiernos, o al menos así lo pensaba yo.

Inés, se había besado por vez primera con Diego, el primo de nuestro amigo Dani y el único chico que no me atemorizaba. Y aquel beso a mi parecer, había sido de las historias más horrorosas, cómicas y patéticas que me habían contado. Resultaba que Diego tenía una pequeña herida en la comisura de los labios que, al besar a Inés, se había abierto y había empeorado, por lo que dos días después, había ido diciendo por ahí que Inés no sabía besar y que le había hecho una herida en la boca. Inés, al enterarse del bulo que había ido él soltando por ahí, no dudó ni un momento en ir hasta él y decirle que era un mentiroso y que el que no sabía besar, era él.

Por otro lado, estaba Lola, que había sido la primera, con sólo once años. A mí me pareció escandaloso cuando me enteré, pero mucho más escandaloso fue saber con quién se había besado. Nada más y nada menos, que con Javier, el chico más desagradable que yo había conocido en mi vida y uno de los repetidores que años después, me hizo sufrir en el instituto.

Mi adorada amiga Virginia, se había besado con Joni, un chico bastante ligón, que en realidad, cada fin de semana, tenía a una muchacha diferente con la que besarse. Pero a Virginia le gustaba él, así que un día, les encerramos en el baño del colegio y les obligamos a que se besaran. Cuando al cabo de unos minutos, los dos salieron del baño, el chico, algo ruborizado se marchó, pero en la cara de Virginia se veía la felicidad reflejada.

También estaba Carolina, y su primer beso había sido con Mario... bueno, tal vez ése, sí había sido un primer beso de verdad.

Y por último estaba nuestra nueva amiga Daniela, que era prima de Lola.

Cuando conocí a Gabriela, a los once años, realmente me pareció la chica más guapa que yo había visto nunca. Era rubia y con ojos azules y su cara era igual a la de los ángeles. Y según nos había contado, su primer beso había sido en un campamento con un chico muy guapo, pero que no le había gustado nada el beso porque él había abierto demasiado la boca.

A mí me resultaba envidiable la forma que tenía Gabriela de relacionarse con los chicos. Viéndola a ella, parecía algo muy fácil y sencillo, el problema era que, yendo con ella, los chicos ya no veían otra cosa que no fueran sus ojos azules.



Y estando yo en el baile de la boda, mis amigas estaban en otro baile.

A pesar de nuestra juventud, desde hacía unos meses, habíamos empezado a pintarnos como puertas y a vestirnos como lo hacían las chicas de dieciocho, así que gracias a ello, entrábamos sin problemas a un pub del barrio.

Lo que pasó aquella noche, me lo han contado como un millón de veces, pero yo nunca me he cansado de oirlo porque, creo que fue precisamente entonces cuando todo comenzó. Cuando nuestras vidas de alguna forma se encontraron. Cuando sin yo saberlo, se empezó a escribir mi eterna historia de amor.

-¡Qué pena que anoche no estuvieras con nosotras, lo pasamos muy bien!

Empezó diciendo Carolina el domingo por la tarde cuando nos encontrábamos todas reunidas en el parque al que solíamos ir.

-¿Qué fue lo que hicísteis?

Pregunté algo envidiosa.

-Fuimos al pub-continuó algo acelerada Lola-te lo hubiéses pasado muy bien. Estaban todos los chicos que te gustan: Jesús, Julio, Iván...

Sonreí, aunque en realidad, estaba muerta de envidia.

-¡Y conocimos a unos chicos!

Añadió Carolina.

-¿A quiénes?

Pregunté con más envidia aún.

-Eran mayores.

Empezó Virginia.

-¡Y guapos!

Siguió Carolina.

-¡Y muy divertidos!

Intervino Lola.

-Eran estúpidos y pedantes-dijo Inés-pero había uno...

Todas rieron. Y es que, tal vez ellas también lo sabían y es posible que ya todas lo supiéramos. Lo que no sabiamos y ni si quiera hubiésemos imaginado nunca, es que, tantos años después, seguiríamos hablando de aquella noche de junio del año 2000.

-¿Qué pasa?

Pregunté sonriendo confusamente al ver que todas me miraban y reían con una estúpida risa nerviosa.

Se lanzaron elocuentes miradas entre ellas, y entonces Carolina, dándose cierta importancia e irguiéndose mucho, dijo:

-Está bien, yo se lo cuento:-todas guardaron mucho silencio y yo la miré completamente descolocada-Verás, conocimos a tres chicos de diecinueve años.-otra vez rieron todas, pero Carolina, con una mirada reprobadora, hizo que volviesen a guardar silencio-van a la universidad... y a ti, te gustan los chicos mayores que van a la universidad, ¿verdad?

-Bueno, sí. Son maduros y cultos.

Respondí sin saber muy bien adónde quería llegar Carolina con todo aquello.

-Sus nombres son: Sergio, Oscar y Roberto-todas volvieron a reir- ¡Callaos! A mí, el que más guapo me parece es Oscar.

-¡Y a mi Sergio!

Intervino Lola rápidamente.

-Pero a ti te gustará Roberto.

Concluyó Virginia bastante serena.

Sonreí.

-¿Y por qué estáis tan seguras de que ése tal Roberto me va a gustar?

Todas rieron nuevamente y Lola dijo:

-Porque a ti te gustan todos.

-¡No es verdad!

Respondí ofendida.

-No las hagas caso-empezó Gabriela esta vez-lo que ocurre es que, Roberto es el chico que dices que quieres. Es mayor, universitario, guapo, divertido y lo mejor de todo es que lleva gafas.

En realidad, Gabriela tenía razón en todo lo que había dicho. Efectivamente, así era mi chico ideal. Para ser más exactos, así sería mi futuro novio-amigo.

Después de haber vivido un montón de desengaños en el último año y haber comprobado tanto por experencia propia como por la de mis amigas, que los muchachos eran pueriles e inmaduros, decidí que, ya nunca me gustaría nadie de mi edad, sino que, siempre me fijaría en chicos al menos, cinco años más mayores, pues éso me aseguraría que serían un poco más maduros. Pero no bastaba con ésa madurez. A mí me gustaba leer y era fantasiosa, así pues, él debería ser culto y amante de la lectura y sobre todo tener una imaginación desbordante y así, en las noches estrelladas de verano, podríamos cogernos de la mano y volar más allá del mar, donde el atardecer se une con el amanecer y las cascadas son río y lluvia a la vez. Si pudiera ser, también debía ser gracioso y divertido y si llevaba gafas, ya no podría pedir más porque, me parecía que las gafas daba a los jóvenes un aspecto interesante e intelectual sumamente atractivo.

Sonreí ante las palabras de Gabriela y tímidamente, me atreví a preguntar:

-¿Les volveréis a ver?

Gabriela me rodeó con un brazo antes de hablar, un gesto muy característico que continúa haciendo.

-Esperamos que sí.

-¡Claro que sí!-exclamó Carolina- es raro que nunca antes les hayamos visto. Parece que son asiduos al pub. Y además, debemos verlos porque, hemos hablado a Roberto sobre ti...

Quizá fue en ése preciso instante en el que me enamoré. No lo sé. Al menos, ya tenía curiosidad por conocer a ése Roberto.

Por lo general, mi cabeza en seguida comenzada a imaginar y a crear fantásticas y románticas historias. Pero en aquella ocasión me contuve, no podía imaginar con alguien que ni si quiera conocía personalmente. Así que, continué imaginando con Iván. E imaginaba que, al llegar yo a los dieciocho o diecinueve años, sería una preciosa joven alta y delgada, con el pelo negro y rizado y que entonces, un día en el que Iván y yo coincidiésemos en un distinguido restaurante, él me reconocería y en seguida, se quedaría prendado de mi belleza, pues había pasado de patito a cisne.



No recuerdo muy bien qué fue lo que hice ésa semana. Ya estaba de vacaciones, así que supongo que lo único que hacía era vaguear y discutir con mi madre, tal vez como la mayoría de los adolescentes.

Es curiosa la época de la adolescencia, con ése inconformismo que se apodera de nosotros y la increíble convicción de que a cualquier cuestión que se precie, creemos tener toda la razón del mundo porque, nuestra experiencia en la vida y sobre todo nuestro arrogante y desafiante tono de voz, nos avalan y legitiman.

Los padres se convierten en enemigos y completos desconocidos, que nos avergüenzan y ofuscan allá dónde vayamos. Pero en reallidad, todos estos hechos creo que son de lo más normal del mundo. Al fin y al cabo, es una época en la que nuestro cuerpo está sufriendo cambios y no siempre para bien, pues quién no recuerda el horrible acné juvenil. Aún recuerdo el enorme grano en la nariz que lucí mi primer día de instituto, o el de la mejilla, que justo tuvo que plantarse ahí grande, rojo y brillante, la primera noche de fin de año que acudí a una fiesta con mis amigas. Y además del acné estaban las clases, con sus profesores y sus suspensos, los padres y sus reprobadoras miradas a la hora de comer y lo peor de todo, los desengaños amorosos. Hay qué ver cómo es un desengaño en la adolescencia, aunque para ser justos, no creo que tengan mucha diferencia con el resto de desengaños. Éso ha sido algo que al cabo del tiempo y a lo largo de los años, no ha dejado de sorprenderme, porque da igual la edad que tenga la persona enamorada, el desengaño siempre es el mismo, el dolor no cambia, y las preguntas son siempre las iguales.

El caso es que, desde la tarde que pasé con mis amigas y que me hablaron de Roberto, los hechos comenzaron a sucederse tan sucesivamente, que en mi cabeza, los únicos recuerdos que tengo de entonces, son con Roberto. Y por supuesto, la vida seguía, aún sin él, o así debió ser, pero yo no lo recuerdo de ésa manera. En mis recuerdos, desde aquella tarde, todo gira en torno a él. A Él.



Durante

la semana, nuestras conversaciones y planes, giraban en torno a la gran fiesta que tendría lugar el sábado siguiente. Resultaba que, Lola y otras, quienes acudían a un colegio de Madrid, se marchaban durante un mes a Irlanda junto con otros compañeros y compañeras de clase. Por este motivo, Lucía, había conseguido que sus padres le dejasen hacer una fiesta en casa.

Yo me ponía muy nerviosa cada vez que sabía que los chicos del colegio de Madrid, vendrían el fin de semana.

Se trataba de un amplio grupo de chicos y algunas chicas. Ellas eran muy majas, aunque normalmente solían escandalizarme con sus comentarios subidos de tono y las experiencias que ya habían tenido para con los chicos. Ellos eran guapos, simpáticos, divertidos. Durante un tiempo a mí me había gustado Pablo, moreno y con los ojos azules. Cómo me había llegado a gustar ése chico, pero a él le había gustado Virginia y, aunque ella no le había correspondido, allí estaban otra vez las miradas de tristeza y compasión de mis amigas.

Y la culpa de mis rapidísimos enamoramientos, la tenía mi desvocada imaginación. Tan pronto se ponía mi mente a divagar, imaginaba historias tan bonitas e idílicas que al final, de alguna manera, las creía como ciertas o esperaba que realmente algún día se cumpliesen y entonces ya, mi corazón se había puesto a palpitar enamorado de una ilusión creada en mi cabeza.

La tarde de la fiesta, fui a casa de Inés, pues me había prometido que me iba a poner tan guapa que Pablo se enamoraría de mí.

Recuerdo que cuando me alisó el pelo, lo pasé realmente mal, porque me daba muchos tirones y el calor del secador me estaba abrasando la cabeza.

-¡No me tires así!

Gritaba yo a través del ruido del secador de pelo.

-¿Quieres estar guapa?

Decía ella entonces.

-¡Claro!

-¡Pues para estar bella hay que sufrir!

Concluía ella.

En realidad, Inés tenía que sufrir poco. Ella era bella por naturaleza. Era alta y delgada. Y su piel era ligeramente bronceada. Tenía el pelo negro, largo y brillante y a un montón de chicos suspirando por una mirada de sus ojos oscuros y de larguísimas pestañas.

Yo por el contrario, siempre he sido bajita, llenita y pechugona, así que cuando caminaba junto a ella, era evidente hacia quién iban dirigidas todas las miradas masculinas. Pero Inés era buena y siempre hacía conmigo un gran trabajo. Solía maquillarme, peinarme e incluso me prestaba su ropa tan bonita y moderna.

Cuando por fin acabó la tortura de mi alisado de pelo, Inés comenzó a maquillarme. Todo lo hacía con sumo cuidado y a mí se me hacía un proceso extremadamente largo, pero que aguantaba con resignación, todo fuese por gustar a Pablo.

Recuerdo que ése día estrené una camiseta rosa y que Inés me dejó una falda vaquera por la rodilla adornada con unos flequitos azules y para concluir con el modelito, me puse unas sandalias de tacón. Yo no solía usar tacones, así que cuando me puse las sandalias, intenté ponerme ne pie con dificultad.

-Inés, creo que sería mejor ponerme unas sandalias bajitas. Con estas me cuesta andar.

-Sherezade, -empezó Inés muy seria- vas a cumplir quince años, así que ya es hora de que aprendas a caminar con zapatos de tacón. Además, no te preocupes, yo iré todo el tiempo a tu lado, así que no tengas miedo por si tropiezas, yo no dejaré que te caigas.

Sonreí, aunque las palabras de Inés, no me convencieron del todo. Yo era tan torpe que, incluso llevando al lado a Inés, de seguro que acabaría en el suelo.

Miré el reloj y comprobé que sólo faltaban diez minutos para las siete, hora en la que deberíamos estar en casa de Lucía.

-¡Inés! Ya deberíamos estar en casa de Lucía.

-Sí.

Respondió tranquilamente mientras se aplicaba máscara de pestañas.

-¡Pero date prisa!

Volví a decir impaciente.

-Tranquila-me dijo Inés interrumpiendo su tarea y mirándome muy seria-no está bien llegar puntuales. Tampoco hay que llegar muy tarde, pero sí un poquito. Y así tendremos una gran entrada triunfal, porque ya todos habrán llegado y al entrar nosotras, todo el mundo nos mirará.

Sonreí y asentí. Definitivamente, Inés tenía toda la razón del mundo. Sin duda, llegar un pelín tarde a una fiesta, era lo mejor que podíamos hacer. Al menos al entrar, Pablo me miraría y con lo guapa que me había dejado Inés, como minímo, se quedaría sorprendido.

Y por fin, en lo que a mí me pareció una eternidad, Inés estuvo preparada.

Estaba radiante. Iba vestida muy parecida a mí. En realidad, por aquella épca, todas vestíamos prácticamente igual, pero la diferencia entre ella y yo, era abismal. Tan guapa, alta y esbelta era Inés.

Por fin llegamos a la deseada fiesta y ya estaban todos allí. Los chicos del colegio de Madrid, entre los que se encontraban Pablo y Sergio, el chico que le gustaba a Inés. También estaban las chicas del colegio, las cuales parecían más mayores que nosotras. Y mis amigas, Lola, Carolina, Gabriela, Virginia, Lucía, Emilia y Sonia.

Inés y yo cruzamos el pasillo y sentí todas las miradas clavadas en nosotras. Me agarré del brazo de Inés y ella dijo en susurro:

-Camina más erguida.

Intenté hacerlo, pero entonces, justo cuando cruzaba el umbral del salón y absolutamente todos los allí presentes me miraban, me torcí el tobillo y di el traspiés más horroroso, cómico y vergonzoso de toda la historia.

Carolina se tapó la boca para evitar reírse y las demás también disimularon su risa contenida. El resto no sé lo que hizo porque no me atreví a mirar.

Miré a Inés buscando consuelo y entre dientes, aunque también conteniéndose, me dijo:

-Como si nada, sigue caminando.

Comenzamos a saludar a todo el mundo y cuando hubimos acabado, fuimos a la mesa de las bebidas.

A pesar de nuestra temprana edad, habíamos conseguido algunas botellas de alcohol, como martini, licor cuarenta y tres y malibú. También había muchos batidos de chocolate, ya que era lo único que bebía Lucía.

Me serví una copa de martini con limón y la música comenzó a sonar.

La fiesta se desarrolló con normalidad. Yo lanzaba de vez en cuando miradas a Pablo, pero él no hizo en ningún momento, el más mínimo gesto que indicase a penas un ápice de interés hacia mí. En cambio, Inés estaba teniendo más suerte y no había dejado de hablar con Sergio.

Sergio era moreno y con los ojos verdes y tenía dieciséis años. Tenía dos hermanos gemelos de catorce años, también morenos y de ojos verdes. Los tres muy guapos. Yo me había llevado muy bien con uno de los gemelos, Daniel, y en algún momento llegué a pensar que yo le podía gustar, hasta que una noche se besó con Emilia.

A Lucía le gustaba el otro de los gemelos, pero ella era tan tímida que todos sabíamos que nunca llegaría a pasar nada entre ellos. A Lucía solíamos llamarla "pequeña Luci". Porque era muy chiquitita, bajita y delgada. Tenía los dos dientes delanteros, graciosamente separados y solía llevar su pelo negro en un moño bajo muy tirante. Era guapa y siempre se maquillaba sus ojos pequeños y brillantes con sombras bastante llamativas. Solía llevar camisetas ajustadas en tonos rosas y morados, lo que la hacía parecer aún más delgada. Y hablaba poco, pero siempre estaba riendo. Las dos nos llevábamos muy bien y supongo que en gran parte se debía a que yo, de alguna manera, me sentía muy identificada con ella, porque solía sentarse un poco apartada del resto de la gente y observaba todo, mientras bebía sus batidos de chocolate. Yo solía sentarme junto a ella y le hablaba de los chicos que me gustaban y que no me hacían el más mínimo caso. Estaba bien hablar con ella, porque escuchaba y no interrumpía.

-¿Te parecen aburridas mis historias?

Solía preguntar yo cuando ya llevaba un buen rato hablando.

-No, no te preocupes. Me gustan tus historias-decía entonces ella amablemente-eres muy behemente al contarlas.

Durante ésa fiesta, como en el resto de ocasiones, me senté junto a ella y yo, mientras bebía martini, observaba al resto de asistentes.

Cuando ya iba por la segunda copa, la behemencia de la que hablaba "la pequeña Luci", fue sustituida por un triste tono patético:

-¡Ay "pequeña Luci"! ¿No crees que mi vida amororsa es desastrosa? Fíjate, Iván ni si quiera me ha mirado nunca.

-Pero Sherezade, Iván es mayor, es normal que no se fije en chicas de nuestra edad.

-¿Y Alberto? ¿Qué me dices de Alberto?

-Alberto te invitó a dar una vuelta y fuiste tu quien le rechazó.

-¡Sí, pero por vergüenza! ¡Y mira, ahí está Pablo y ni si quiera me ha mirado! ¡Y no sabes lo que he sufrido al alisarme el pelo! ¡Y me duelen los pies por llevar tacones!

Lucía rió ligeramente y también en tono apagado, dijo:

-Bueno, tampoco a mí me ha mirado Lucas.

-¡Somos tan desgraciadas! Cómo me gustaría ser guapa de verdad, en ese caso mi novio sería Jesús, porque aunque me han gustado muchos, muchísimos chicos, creo que él ha sido el que más de todos. ¡Pero soy fea y él ha preferido a "Miriam, la rubia"!

Y al decir estas últimas palabras, me puse a llorar sin poder evitarlo.

-Sherezade-empezó Lucía sorprendida-¿estas llorando?

-¡Sí, Lucía! Lloro porque tengo muy mala suerte y porque soy fea y porque en el instituto los repetidores de clase se meten conmigo.

-Será mejor que dejes de beber martini-me dijo mientras me quitaba la copa de la mano-vamos al baño a refrescarte.

En el baño, "la pequeña Luci", me mojó la nuca y me hizo beber agua. Después, me senté en el retrete y continué llorando.

-¡Oh! Vamos, Shere, no llores. Ninguno de ésos chicos se merece que tu llores por ellos.

La miré y sonréi.

-Eres tan buena. ¿Nos vamos a bailar? Tienes razón, así que vamonos al pub, es posible que esta noche conozcamos a nuestros príncipes.

Y las dos reímos sonoramente.



Por el camino, de casa de Lucía al pub, a mí se me hacía algo complicado caminar. La copa de martini había hecho su efecto y los tacones, no me facilitaban demasiado la tarea.

-"Pequeña Luci", por favor no me sueltes. Y si viésemos a mis padres, por favor, habla tu.

Lucía, tan risueña como siempre, se reía a cada palabra que yo decía. Pero ella era una muchacha responsable, bonita y que sacaba muy buenas notas, así que si nos cruzábamos con mis padres y era ella quién hablase, nunca sospecharían que yo había tomado una copa y media de martini.

Y por fin llegamos al pub al que solíamos ir. Era aún muy temprano y la gente que allí iba a ésa hora, no pasaba de los diecisiete años y cada fin de semana éramos los mismos.

Nada más entrar, fui corriendo a sentarme a un taburete, tanto me dolían los pies.

Paseé tranquilamente la mirada entre las pocas personas que había.

Pude ver a todo el grupo, bailando y riendo, parecía que se divertían mucho y además, Inés continuaba hablando con Sergio, sonréi alegrándome por ella.

Vi también a Jesús con "Miriam, la rubia" y no pude evitar que mi gesto se transformara en una mueca de disgusto.

Había también varios alumnos del isntituto, algunos se acercaron a saludarme.

Y entonces, ya distraída, continué mirando a la gente, pero ya sin ningún interés. Carolina bailaba con Lola y entre las dos, Le vi.



No puedo expresar lo que sentí. Estaba apoyado en la barra y en el mismo preciso instante en que mis ojos le vieron, mi corazón se desvocó por completo. Me llevé las manos al pecho y supe que me había enamorado. ¿Todos los enamoramientos anteriores? No eran nada comparado con esto. ¿Acaso era posible sentir algo tan increíblemente fuerte al ver a una persona? Debía serlo, porque yo lo estaba sintiendo.

Me sentía triste y feliz a la vez. Quería reír y llorar a un tiempo. Toda yo me estremecí y todo ante mis ojos desapareció, pues únicamente a él podía ver.

Y aún le recuerdo como si fuera ayer. Apoyado en la barra de forma casual, con una camisa de cuadros en tonos ocres y amarillos. Y unos ojos negros y ligeramente rasgados tras unas gafas de pasta.

Y me quedé así, contemplándole, no sé durante cuánto tiempo. Pero no podía dejar de mirarle. Era tan perfecto. Y lo supe. Supe que él, fuese quién fuese, era ÉL.



-Carolina.

-¿Qué pasa Sherezade?

-Me he enamorado.

Carolina rió escandalosamente.

-Pero Shere, tu te enamoras cada día.

-¡No, no! No lo entiendes, esta vez es de verdad.

-¿De quién?

Preguntó en tono cansino.

-De él.

Respondí señalando al chico de la camisa de cuadros.

Carolina le miró e inmediatamente, como incrédula me miró a mí para volver a reír.

-¡Ay, Shere! Pero ése es el chico del que te hablamos ¡es Roberto!

martes, 2 de septiembre de 2014

2. LA BODA


El día de la boda, fue un día soleado. Era el verano de mis catorce años.


Ése invierno había comenzado a ir al instituto. Y qué diferente fue el instituto de cómo me lo imaginaba, a cómo fue en realidad.

En mi imaginación, el instituto era igual a los de las películas americanas, con animadoras y un montón de chicos guapos. Bailes de primavera con horquídeas, vestidos largos y limusinas. Y era por todas aquellas comedias románticas americanas, que yo había comenzado a imaginar cómo sería mi primer curso en el instituto.

Me ocurriría lo mismo que a todas las protagonistas de las peliculas. Sí, yo sería la chica fea que al final va al baile con el chico guapo. Le enamoraría con mi personalidad, pero al final, cuando me viera vestida para el baile, también me vería absolutamente hermosa. Y no es que yo tuviera una personalidad como para enamorar y, para ser justos, tampoco era fea del todo. Lo que pasaba era que, tenía una personalidad algo tendente a la tristeza, tal vez una tristeza provocada a menudo por los desengaños amorosos, lo que había provocado además, que fuese cada vez más tímida e introvertida para con los chicos. A penas hablaba con ellos, y cuando reía, me tapaba la boca porque no me gustaba mi sonrisa. Casi nunca participaba de las conversaciones, y me limitaba a observar y a escuchar. Y en cuanto a mi físico, muchas veces me habían dicho que no era fea, era sólo que llevaba un estilo poco favorecedor. Pero es que tampoco era fácil vestir a la moda cuando no se tiene dinero ni interés por la moda. Algunas veces, mi amiga Inés me había peinado, maquillado y prestado ropa. Y entonces me había visto guapa de verdad.

Pero en el instituto las chicas eran más altas, más delagadas, más guapas y más divertidas que yo. Así que realmente el primer año fue un auténtico infierno. A mi clase sólo íbamos seis chicas y el resto eran brutos repetidores, desagradables y obtusos.

Aquellos horribles muchachos, se pasaban el día piropeando a todas las chicas de clase, excepto a mí y a la empollona de gafas. Y no es que me afectase especialmente, lo malo era cuando se cansaban de piropearlas a ellas y comenzaban a meterse conmigo. Bueno, yo opté por tomármelo con filosofía, ya que, al menos, tenía en mi clase a mi mejor amiga, Virginia.

Virginia fue mi primera amiga cuando entré en el colegio con sólo cinco años. Habíamos crecido juntas y siempre habíamos ido a la misma clase. Fue un auténtico horror cuando el primer día de instituto descubrimos que iríamos a clases diferentes. Para mí fue una auténtica tragedia. Cada primer día de curso, había ido con ella, así que el primer inicio más importante de toda mi vida, no podría superarlo sin ella cerca, de eso estaba completamente segura.

Virginia era rubia y guapa y tenía unas pecas sobre la nariz que yo siempre había envidiado. Por el contrario, ella las odiaba y solía echarse zumo de limón en un desesperado intento por eliminarlas. Pero las pecas nunca se fueron y a día de hoy, sigue teniendolas, lo que continúa dándole ése aspecto tan característico suyo de niña traviesa, a pesar de sus veintinueve años.



Recuerdo aquellos primeros días de instituto en los que aún estábamos en clases separadas. Yo no me atrevía a salir del aula, pues el hall me parecía peor que una jungla, así que, solía asomarme con cuidado en busca de mi amiga Virginia, quien hacia lo mismo desde su pasillo. Y entonces, cuando nos habíamos localizado la una a la otra, corríamos hasta la mitad del hall, donde por fin nos juntábamos. Y cuando sonaba la sirena para volver a clase, corríamos cada una en una dirección y antes de entrar en clase, nos decíamos adiós con un gesto de la mano.

Pero Virginia, que seimpre fue muy inteligente, comenzó a mover papeles y a tener citas con la secretaria del instituto, y al final, consiguió que la cambiaran de clase para venir conmigo y así, los oscuros y grises días de instituto, fueron mucho más llevaderos en su compañía.

Aunque las clases no fueron como yo me las imaginaba, sí que había un chico guapo: Alberto. Y era tan guapo.

Cada mañana, en la entrada, le veía en la puerta del instituto. Él solía quedarse en la puerta unos minutos, mientras se fumaba un cigarro. Y aunque tenía aún cara de niño, tenía ése aspecto de chico malo que tanto gusta a las adolescentes. Tenía una scooter, una cicatriz en la mejilla izquierda y un pendiente en la oreja derecha. Y cómo suspiraba yo cada mañana al verle.

Pronto todas mis carpetas y cuadernos se llenaron de su nombre y un fatídico día, en el que dos de los brutos de mi clase, me habían quitado uno de los cuadernos y jugaban a pasárselo entre ellos, yo en medio de ellos, intentaba por todos los medios recuperar el cuaderno. Y no era por el cuaderno en sí, sino porque podrían ver una poesía que le había dedicado a Alberto. Y como desde mi nacimiento, parece que los astros se han confabulado para que siempre me ocurran cosas ridículas y desastrosas, efectivamente, el cuaderno se calló y como una de ésas horribles casualidades, se abrió por la página de la poesía. Yo me lancé corriendo a por el cuaderno, pero no fui tan rápida como ellos.

Recuerdo que leyeron la poesía en voz alta y en medio de toda la clase, y yo entonces, me quise morir.

Me senté en mi pupitre y hundí la cabeza en los brazos. Pero el episodio aún no había acabado y los muy patanes, le llevaron la poesía a Alberto.

Absolutamente todo el instituto se enteró de que me gustaba Alberto y casi era más vergonzoso que lo supieran todos a que lo supiera él mismo, pues yo no era la única a la que le gustaba Alberto y, no quería volver a pasar por la humillación y las miradas de tristeza de mis amigas, junto con las risas entrecortadas de las chicas del instituto.

Pero cuando Alberto se enteró, no pasó nada, por el contrario, en una ocasión vino a verme al banco en el que yo solía estar con mis amigas. Realmente no me lo podía creer. Pero yo era demasiado tímida e insegura como para creer que Alberto pudiese tener intenciones para conmigo, así que cuando me dijo que si íbamos por ahí a dar una vuelta, yo le dije que tenía que marcharme a casa.

Muchas veces me he arrepentido de aquello, pero creo que, aunque volviese a vivir ése día, una y mil veces, habría hecho lo mismo, tal era mi vergüenza e indecisión.

Muchas veces, incluso ahora, he pensado qué habrá sido de Alberto. Tal vez se haya casado o viva en el extranjero.



Me despertó el canto del gallo. Me gustaba dormir en el pueblo porque me encantaba oír en el amenecer, tanto el cantar del gallo, como el repicar de las campanas de la iglesia.

Me desesperecé lentamente y pensé que era un gran día. El día de la boda de la prima Carla.

Miré a mi alrededor antes de levantarme. La habitación de la casa de la abuela, nunca cambiaba. Año tras año estaba absolutamente igual y mi madre afirmaba que también era así cuando ella era pequeña.

Había grandes camastros de hierro de forja, con unos incomodísimos colchones de lana. También había algunas muñecas antiguas y había una que me gustaba especialmente porque llevaba minifalda, botas altas y sombrero cordobés, mi madre la llamaba, la rejoneadora. De pequeña muchas veces había querido jugar con dicha muñeca, pero nunca me la habían dejado y nunca he entendido porqué. Pues si ésa muñeca tiene tanto valor para mi madre y mis tías, en realidad, nunca se han preocupado demasiado por ella, sino que la pobre sigue en la habitación del pueblo, sola y acumulando polvo.

También había un gran espejo dorado colgado de la pared. Mirarse en él no servía de nada, ya que la imagen que se reflejaba era completamente borrosa. Mi madre afirma que el espejo tiene más de cien años.

Pero no sólo me gustaba dormir allí por la muñeca rejoneadora y ésos amaneceres tranquilos con olor al humo de las chimeneas, sino porque aquellas paredes traían muchos recuerdos de mi infancia a mi mente.

Allí en el pueblo me había enamorado de David, el de los ojos color avellana y él había sido probablemente mi primer amor.

Recordé cuando todos los primos dormíamos juntos y contábamos chistes y hacíamos bromas. Pero sobre todo me acordé de mi primer beso, de aquel que, como un fantástico presagio, marcaría desde ése mismo día y para siempre lo que fue y ha sido desde entonces, mi vida amorosa.



Me levanté de la cama con pereza, pero nerviosa por la boda. La verdad es que, en un principio, no quise acudir al evento. Yo ya tenía catorce años y pasar un sábado en una gran reunión familiar, no me apetecía nada. Lo que yo quería, era salir con mis amigas. A Jesús sólo podía verle los sábados y por ir a la boda, ése sábado no le vería y tendría que esperar una semana más para verle. Pero bueno, para ser justos, tampoco importaba demasiado si le veía o no, pues como el dueño de mi primer beso, Jesús tenía novia.

Bueno, yo ya me había besado con un chico con novia, podría volver a hacerlo. Pero mejor que no. La novia de Jesús me daba auténtico pavor, sería mejor guardar las distancias. Ella, incluso antes de ser novia de él, ya se había encargado de asegurarse de que yo no me acercase a Jesús.

Creo que uno de los episodios más horribles que viví en el instituto, fue con ella. Yo, tan buena e inocente, medrosa por los pasillos y siempre con la cabeza gacha, por miedo a que los repetidores y repetidoras pudieran reprenderme tan sólo por mirarles. Pues resultó que un día a mitad de curso, cuando yo ya me había acostumbrado a las bromas e insultos a los novatos, al final de las clases y en la puerta del instituto, estaba esperándome "Miriam, la rubia", una muchacha guapa, rubia, como indicaba su poco original apodo. Altiva y conocedora de su propio atractivo.

-Perdona...-empezó dirigiéndose a mí- ¿eres Sherezade?

Me quedé sorprendida de que "Miriam la rubia", supiera ni si quiera de mi insignificante existencia, así que, mitad sorprendida, mitad precavida, respondí:

-Soy yo.

Sonrió maliciosamente antes de seguir:

-Olvidate de Jesús.

Mis ojos se agrandaron por la sorpresa y ya un montón de alumnos cotillas y ansiosos de ver una pelea, se agrupaban a nuestro alrededor.

Miré sorprendida en todas direcciones. Primero a "Miriam, la rubia" y después al resto de personas que miraban deseosos de poder contemplar una bronca. También miré a Virginia, esperando encontrar en su miraba, consuelo y ánimo, pero creo que ella estaba más amedrentada que yo. Así que, consciente de que estaba completamente sóla, me arme de valor y como pude, dije:

-¿Y porqué debería olvidarme de él?

Miriam rió sonoramente y me miró casi incrédula.

-¿Cómo que porqué? Por que a mí también me gusta. Así que más vale que ni vuelvas nunca a hablar con él.

No me lo podía creer. ¿Qué derecho tenía ella para decirme lo que tenía que hacer por muy guapa y delgada que fuese? No se lo iba a permitir.

-Perdona...-comencé recelosa-yo entiendo que te guste Jesús-y entonces las palabras comenzaron a fluir:-pero éso no te da derecho a venir aquí y decirme lo que tengo que hacer. Es verdad que Jesús me gusta, todo el mundo lo sabe y si a ti también te gusta, no es problema mío. Tal vez yo no le guste a Jesús y puede que nunca le guste, pero no voy a consentir que nadie me diga quién me puede gustar y quién no.

Respiré y me quedé sorprendida de mí misma por haber sido capaz de decir todas ésas palabras seguidas a "Miriam, la rubia".

-Está bien-dijo ella con un tono que me heló la sandre-tienes razón... así que en ése caso... que gané la mejor.

Me quedé sin palabras. Me había retado públicamente y lo peor era que, ella, todos los que allí observaban y sobre todo yo, sabíamos quién ganaría.

Y efectivamente, así fue, pocas semanas después, "Miriam, la rubia", era oficialmente la novia de mi Jesús.



Bajé a la cocina para desayunar y allí estaban mi madre, mis tías y la futura novia. Todas reían escandalosamente y mi tía Sol, preguntaba con ansiedad si todo estaba debidamente preparado: el vestido, los zapatos, el velo...

Nadie se dio cuenta de mi presencia, y si se dieron cuenta, no me lo hicieron saber, tan ocupadas estaban comentando sus anecdótas de antiguos noviazgos en el pueblo.

Pensé que todas en la familia habíamos tenido nuestro primer beso en el pueblo, pero también me pregunté si alguna de ellas había tenido su primer beso con un chico que ya tenía novia. Yo no me sentía orgullosa de aquel primer beso, ni si quiera estaba segura de que aquel chico me gustase realmente. Pero tampoco importaba, ni si quiera había sido un beso de verdad. Más bien había sido un beso robado y aunque a mí se me había acelerado el corazón, no sentía nada por él.

Había sido el verano anterior, cuando yo tenía trece años. Toda la pandilla habíamos estado en el parque, hablando y comiendo pipas. En algún momento, él y yo nos habíamos quedado solos y aunque era un amigo del grupo, era un chico, así que, mi timidez pronto se hizo evidente.

Me crucé de piernas y apoyando la cabeza sobre una mano, intenté aparentar normalidad o aburrimiento, entonces él dijo:

-Sherezade.

Y al girarme ahí estaba el beso.

A penas duró unos segundos, pero los suficientes como para acelerar mi corazón y que la cara se me encendiera. Le miré sorprendida y él sonrió fanfarronamente.

-Me voy.

Dije secamente poniéndome en pie.

-¿No te habrás enfadado?

Preguntó él aún sonriendo.

-No, no es eso.

Me marché en silencio con la cabeza dándome vueltas. Me llevé una mano a los labios y no pude evitar sonreir. Acababa de tener mi primer beso... y en verano. Cómo en las películas.

Aunque desde luego, no había sido un beso de película. Y ni si quiera había sido con un chico que me gustase de verdad. Mi primer beso debería haber sido con Jesús, o con el chico vasco del viaje de fin de curso, pero no con Pedro. Además, Pedro tenía novia y yo la conocía. ¿Por qué habría hecho aquello? Bueno, sin duda se trataba de una broma. Aunque una broma de mal gusto y lo peor era que ahora él, me había robado mi primer beso. El beso que debería darme mi príncipe. El beso con el que el corazón se me acelerase de puro amor. El beso con el que vería fuegos artificiales. Mi primer beso. Mi beso de verdad. Y ahora ¿qué es lo que yo había tenido? Un beso robado con alguien que ni si quiera me gustaba y que además tenía novia. Así que ahora sólo había una cosa que hacer: buscar al dueño de mi primer beso verdadero y hacer por todos los medios que me lo diera. Yo necesitaba tener mi primer beso de cuento. Aquel no podría quedarse como primer beso.



Mientras desayunaba en la cocina, entre las escandalosas risas de mi madre y mis tías, reviví en mi memoria aquel primer beso con Pedro y también el segundo y el tercero. Y ninguno de ésos había sido mi primer beso.

El segundo había sido con un compañero de clase. Parecíase que yo siempre le había gustado, desde que éramos muy pequeños. Así que bueno, algo presionada por mis amigas, una noche fuimos a pasear por el parque y dejé que me besara. Vaya, aquel beso fue muchísimo más horrible que el primero. Al menos el primero había sido seco, pero éste... éste había sido tan humedo. Definitivamente, aquel tampoco era mi primer beso.

Y el tercero, bueno, no había estado mal. Yo ya tenía catorce años y él dieciséis, así que su experiencia era notoria en las artes amatorias del beso, pero aún así, no sentí mariposas, ni fuegos artificiales y aunque placentero, no era mi primer beso.

Sonreí

recordando aquellos besos y cada uno me pareció más cómico que el anterior. Y entonces suspiré anhelando mi primer beso de verdad. Ya tenía catorce años y sólo quedaban cuatro meses para cumplir los quince y aún no había tenido mi primer beso. Era frustrante. La mayoría de las chicas de mi edad, al menos ya habían salido con dos o tres chicos. Yo nunca había salido con nadie. Si Iván, el de los ojos azules me pidiese salir... claro que él tenía dieciocho años y nunca me pediría salir. Aunque mi sabía amiga Inés, me había dicho que cuando yo fuese más mayor, Iván y yo acabaríamos juntos, pues entonces, la diferencia de edad, no se notaría tanto. Yo creía firmemente todo lo que ella decía, así que ya había comenzado a imaginar cómo sería el día en el que, yo, con dieciocho años e increíblemente hermosa, Iván se me declararía.


También me hubiese gustado salir con Alberto, pero perdí la oportunidad, así que ya no había vuelta atrás, aunque bueno, el nuevo curso estaba a a vuelta de la esquina y yo sería veterana, tal vez éste curso fuese mejor de lo que había sido el primero y entonces Alberto, tal vez...

Y con todos estos pensamientos cruzando por mi mente, mi tía Sol me sacó de ellos empleando su característico tono que a todo los primos nos hacía erizar hasta el bello de la nuca:

-Bueno, ¿tú qué haces? ¿Es que no tienes que ducharte y arreglarte o qué pasa?

La miré y evité reirme al recordar que mis primos y yo solíamos llamarla "tía sargento".

Ni si quiera respondí, volví a la habitación y me preparé para la ducha.



Cuando me hube duchado, volvi a la planta de arriba, donde estaban las habitaciones, en busca de mi ropa. Pero mi madre y mis tías, no me dejaron pasar más allá de las escaleras.

-¿Pero qué pasa?

Grité enfadada.

-¡Que no puedes pasar y ya está!

Dijo mi tía sargento.

-Pero me tengo que vestir y además, yo también quiero ver el vestido de novia.

-No digas tonterias-me respondió y cerrando la puerta, oí que le decía a mi madre:-tu hija quiere su ropa. Anda, dásela.

A los pocos minutos, mi madre abrió un poco la puerta y por una fina ranura que había dejado me entregó mi ropa.

-Mamá, yo también quiero ver a la prima.

Dije suplicante.

-¡Anda, no seas pesada y vete a cambiar!

Bajé las escaleras muy enfadada y me encerré en el baño pensando que ya me casaría yo y entonces, ninguna de ellas me verían el vestido ni me ayudarían a vestirme, porque éso lo harían mis cuatro amigas, que además serían mis damas de honor.

Lo tenía todo planeado, hasta el más mínimo detalle. Mi vestido sería igualito al vestido blanco de Sisí emperatriz cuando baila con Francisco José y, mis damas de honor, llevarían delicados vestidos verdes de gasa y organdí, a juego con los detalles de mi vestido. El ramo de flores, sería un buque de margaritas blancas, mis flores preferidas. El recogido sería igual al de Meg, de Mujercitas y, como adorno, una bonita tiara de plata y tran brillante como las estrellas.



Una vez la novia hizo su entrada en la iglesia, me imaginé a mí misma entrando en el día de mi boda. ¿Pero quién me esperaría en el altar? Alberto era un buen candidato, aunque, que me esperasen los clarísimos ojos azules de Iván, sería como un auténtico sueño. Pero claro, si finalmente pudiése casarme con David, mi primer amor. Sí, definitivamente, me casaría con David.


miércoles, 27 de agosto de 2014

1. LA PRIMERA DERROTA

Cómo podría empezar a contar la historia... mi historia. La que empezó hace catorce años.

Tal vez lo mejor sería comenzar por el principio, pero cuál fue el principio. ¿El día de la boda o una semana después, cuando sus ojos y los míos se encontraron por vez primera?

O tal vez todo comenzó mucho antes, incluso antes de la boda. Antes incluso de que ninguno de los dos hubiésemos nacidos. Ése es el destino. ¿Si así fuese, entonces quiere decir que estábamos predestinados? ¿Pero a caso el destino existe? ¿O somos nosotros con nuestras acciones, quehaceres diarios y planes futuros, quiénes vamos forjándonos nuestro propio destino?

Quién sabe. Quizá no sea ni lo uno ni lo otro. Ni el destino ni nuestras acciones. Pero de lo que sí hay una cosa clara, es de que aquel día yo me enamoré.



Mucha gente a dicho que yo no me enamoré. Que con catorce años, el amor, no es un amor verdadero, aunque sí es el primer amor. El más bello y puro. El que siempre se recuerda y anhela. El que se idealiza y por el que siempre se suspira.

Yo no sé si mi amor fue así, irreal, pero un idílico amor de adolescente. Lo único que sé, es que ése fue mi amor, el único amor.



Es verdad que yo siempre fui de naturaleza enamoradiza. El primer recuerdo que tengo de mí misma, es suspirando de amor a los cinco años. Él tenía unos quince, o eso creo yo. Le veía tan mayor y con un cabello tan castaño y rizado. También me enamoré a los siete años de David. Mi David. Él tenía catorce años y los ojos avellana más bonitos que había visto nunca.

Con nueve años, me enamoré de Ángel, que tenía trece. Con once, me enamoré loca y profundamente de Iván, que tenía dieciséis años y los ojos tan azules como el cielo.

Con doce, me enamoré en el viaje de fin de curso de un apuesto chico vasco y montañero de dieciséis años. Y así, podría seguir con una amplia y larga retaíla de chicos. ¿Pero a acaso ellos me correspondían? Desgraciadamente, creo que ni uno solo. Tampoco era de extrañar, ya que yo no era más que una niña y todos ellos ya eran adolescentes guapos, arrogantes y alocados.

Y claro está, como consecuencia de mi naturaleza enamoradiza, el corazón se me rompió casi tantas veces como me enamoré.

Y qué duros son los desengaños amorosos en la preadolescencia.

Creo que
la primera vez que lloré por amor, fue por Mariano. A Mariano lo conocí a través de un compañero del colegio cuando teníamos doce años.

Es evidente que la preadolescencia es una época dura, y por supuesto, la mía, no iba a ser menos. No sé exactamente qué es lo que me pasó por aquella época. Tal vez fue una crísis de identidad, una desesperada llamada de atención, una rebelión al sistema y sobre todo a mi familia, a la que por aquel entonces no soportaba, o simplemente es que era así, sin más.

El caso es que, aunque siempre he tenido complejo de princesa, un edredón rosa, una enorme colección de barbies y llevé vestidos de lazos y organdí hasta los once años, al llegar a los doce, sólo llevaba vaqueros y una coleta muy poco favorecedora. Ya no me interesaba el color rosa, ni gustar a los chicos, al fin y al cabo, nunca los había gustado. Además, las chicas de mi edad, habían empezado a hablar de sujetadores y compresas y yo odiaba los dos temas, porque, a diferencia del resto de las muchachas, el pecho me había empezado a crecer a los diez años y con once ya llevaba sujetador. Y también con once años había tenido mi primera menstruación, así que todos ésos cambios "fantásticos y fabulosos" por los que ellas estaban pasando, yo ya los había superado hacía un año, y lo había tenido que hacer sola porque ninguna de las demás chicas estaba cambiando tan pronto como yo. Además, para mí, ni la regla ni los sujetadores, eran fantásticos. La regla dolia y los sujetadores me molestaban. Y había empezado a llevar camisetas anchas y grises para disimular mi buen y gran formado pecho. Además, ellas siempre estaban pensando en chicos, bueno, yo también, pero creo que no de la misma forma. Algunas ya habían tenido sus primeros besos y hablaban de ello a todas horas; otras hablaban de que tal o cual chico las había pedido salir y las que eran un poco más mayores, contaban que se enrrollaban con chicos.

Yo ni si quiera sabía lo que era enrrollarse con alguien, nadie me había pedido salir nunca y porsupuesto, nunca nadie me había besado. Así que cansada de todo aquello, comencé a observar que, aunque las chicas de mi edad, habían crecido de repente y ya no querían jugar a la comba o con Barbies, los chicos sí que seguían jugando al fútbol, así pues, aunque mi torpeza en cualquier tipo de deporte siempre había sido notable, quise probar suerte con el fútbol y que los chicos me enseñasen, así al menos, podría seguir jugando al menos un par de años más... por eso de que las chicas maduran dos años antes.

Para mi sorpresa, fui muy bien acogida por los chicos de la clase y todos intentaban ayudarme, aunque sin muchos resultados. Pero al menos, al ir con ellos, no tenía que ir bien vestida ni bien peinada. Ellos me aceptaban así, con mis vaqueros pasados de moda, mi fea sudadera gris y mi flequillo que me tapaba los ojos. Por el contrario, mis amigas, solían darme consejos de belleza.

-Deberías quitarte este flequillo-solía decir Inés al tiempo que me apartaba el flequillo de la cara- ¡y mira qué uñas! Así ningún chico se fijará nunca en ti.

Y entonces, yo retiraba mi mano de la suya, que me la había cogido para observarla, y con el ceño fruncido, pensaba que ya tampoco me interesaban los chicos si yo tampoco les interesaba a ellos. Además, siempre había sido así. Yo había sido la amiga invisible desde que puedo recordar, por lo que a parte de los chicos con los que había empezado a jugar al fútbol, todos los demás me daban auténtico pavor. ¿O era autentica rabia? No lo tengo claro, tal vez una mezcla de ambos. Pavor, porque si me hablaban, me imponían tanto que yo no sabía qué decir; y rabia, porque la mayoría de las veces nunca se dirigían a mí y si lo hacían era para reírse.

Al menos David, el de los ojos avellana, me había querido, yo sólo tenía siete años entonces, y me había querido como se quiere a una hermana pequeña, pero me había querdio. Y solía recordar con cariño una vez que me subió en sus rodillas y me había besado en la mejilla. Evidentemente, para el resto de muchachas de mi edad, la historia no tenía nada de especial, y seguramente tenían razon al decir que aquello no era nada, pero es que a mí me había gustado mucho David. Como ahora me gustaba Iván y Jesús y Javier y Juan y Manuel y Gabriel, el profesor de prácticas...

El caso es que, mi amigo Gonzálo, me presentó a Mariano, por el que lloré por vez primera.

Gonzálo me había dicho que fuese a verle al campo de fútbol y así, si me gustaban los entrenamientos, yo podría apuntarme a fútbol en el próximo curso.

Vi atentamente los entrenamientos, y lo cierto era que, me pareció de lo más aburrido. En realidad yo no tenía ningun interés por el fútbol, si lo practicaba con los chicos de clase, sólo era por seguir jugando.

Pero en realidad, ver los entrenamientos, no fue tan malo, tantos chicos guapos había para contemplar. Entre ellos, el que más, Mariano. Era delgado y moreno. Y tenía los ojos negros y con unas pestañas muy largas.

Al acabar los entrenamientos, yo me acerqué a hablar con mi amigo Gonzalo y entonces llegó también Mariano. Me quedé completamente callada. Mi timidez había comenzado a funcionar y ya me costaría mucho poder hablar.

-Bueno, Shere, él es mi amigo Mariano.

Dijo Gonzalo amablemente.

Yo sonreí tímidamente y me pareció que Mariano hacía lo mismo. Y ya no hablamos más, pero aquel día, yo me fui a dormir con el corazón palpitando alegremente y sonriendo, mientras pensaba en los ojos negros de mi querido Mariano.

Al día siguiente en clase, Gonzálo me dio la mejor noticia que probablemente me habían dado en toda mi vida:

-Shere, ¿qué te pareció mi amigo Mariano?

Yo me puse colorada, lo noté en mis mejillas, que de repente ardían, y como si a las palabras les costase salir, respondí con otra pregunta:

-¿Por qué lo dices?

-Bueno... a él le gustas.

Me reí. Y no fue una risa disimulada o forzada, realmente me habían dado ganas de reír. Era como un chiste. Yo nunca había gustado a nadie. Bueno, el curso anterior había gustado a un chico, pero al final habíamos discutido y me había pegado un chicle en el pelo. Entonces también lloré, pero no por amor, sino por mi pelo.

-¿Por qué te ries?

Me contuve.

-Bueno... ¿lo dices en serio? ¿seguro que no es una broma?

-Es verdad.

Respondió él, tranquilamente.

Y entonces, una amplia sonrisa se dibujó en mi cara y un montón de cosquilleos comenzaron a surgir por mi tripa y ahora sí que quería reír, pero de felicidad.

-¿Qué es lo que te dijo exactamente?

Pregunté ansiosa.

Gonzalo se quedó un poco pensativo antes de responder:

-Pues... me hizo preguntas sobre ti. Quiso saber de qué te conocía, si eras maja, si nos conocíamos de hace tiempo. Y al final me dijo que te dijese que vayas hoy también a los entrenamientos porque quiere volver a verte.

¡No me lo podía creer! ¿Cómo iba a ser cierto? ¡Mariano era guapísimo! ¿Cómo iba él a fijarse en mí? Pero el caso es que desde ése mismo momento, mi cabeza comenzó a imaginar y de ella surgieron historias y románticas aventuras con Mariano.

Siempre había imaginado que los mejores novios eran los que comenzaban siendo los mejores amigos y así, inventé la palabra "novio-amigo", y ya estaba segura de que finalmente, Mariano sería mi "novio-amigo". Y entonces yo sería tan feliz.

Poco a poco, Mariano y yo nos fuimos haciendo amigos. Yo iba a los entrenamientos y comenzamos a hablar. Al principio sólo nos decíamos hola, pero al final acabaron siendo auténticas conversaciones, incluso una vez me acompañó a casa. Y ya estaba segura de que sería mi "novio-amigo". No podría ser de otra manera, pues nos pasábamos las tardes juntos y nos reíamos y los pasábamos bien. Y entonces algunas veces, empecé a vestirme con faldas y camisas, pues quería estar guapa para él. También algunas veces me puse máscara de pestañas y brillo en los labios, aunque eso sí, sin que mi madre se enterase.

Pero entonces llegó el día en el que me di cuenta de que ahora Mariano también se reía con mi amiga Carolina. Y empecé a mirarles con recelo. Y ya no me hacían gracia los comentarios ingeniosos de ella, ni me gustaba que viniese con nosotros. Y llegó el día en el que, mis cuatro amigas me dijeron que entrase en el baño del colegio porque tenían que hablar conmigo. Y creo que en el fondo yo sabía cuál era la noticia.

Recuerdo que caminé como muerta hacia el baño. Que el corazón me latía violentamente, pero que no sentía las piernas ni los brazos. A mi paso, todo lo que veía se presentaba ante mis ojos como ralentizado y mi cabeza repetía una otra vez: <<no, por favor. No, por favor>>

Y llegué al cuarto de baño. Un baño de colegio, pequeño y algo maloliente. Blanco y lleno de pintadas de corazones y comentarios de mal gusto.

-¿Qué pasa?

Pregunté intentando aparentar serenidad.

Carolina comenzó a hablar:

-Bueno, Shere, espero que no te enfades. Yo te quiero, eres mi amiga...

-¿Y?

Dije casi desafiante.

-Verás, últimamente, Mariano y yo...

A pesar de que de alguna manera yo ya lo sabía, al escucharlo, realmente sentí que el corazón se me rompía. Había oído hablar de corazones rotos y ya había leído un montón de novelas de amores imposibles, pero hasta aquel momento, nunca antes había experimentado lo que sentía cuando se rompía el corazón. Y era mucho peor a como me lo había imaginado. Todos los dolores de corazones rotos que había leído en las novelas, no se parecían ni un poquito a lo que sentía yo en ése momento. Era mucho más horrible. Mucho más doloroso. Mucho más triste y para mí, sobre todo, mucho más humillante porque vi los ojos de mis cuatro amigas observandome. Mirando en silencio y espectantes a mi reacción. Y vi la tristeza y la compasión en sus ojos y no los soporté. Un sollozo se me ahogó en la garganta y sólo atiné a decir antes de salir de aquellas horribles cuatro pareces, asistentes de mi desgracia:

-Lo entiendo, pero debías habérmelo dicho antes.

Me marché y corrí por los pasillos del colegio hasta llegar a los baños de la planta de arriba. Me encerré en el baño del fondo y sentada en el water lloré.

Al principio lloré en silencio. Las lágrimas comenzaron a brotar como auténticos torrentes de agua, mientras el alma se iba rompiendo junto con mi corazón ya desecho. Pero después, comencé a llorar con rabia y sonoros sollozos. Y no podía dejar de repetirme <<por qué>>.

A lo largo de los años, he descubierto que ésa es la primera fase después de un desengaño, el por qué. Y es que supongo que, no importa la edad que se tenga, pues nunca llegaremos a comprender porqué lo que al principio parece una cosa, después resulta que en la realidad, no tiene nada que ver con lo que creíamos que era. Y nos sentimos engañados y defraudados. Y así me sentí yo a los doce años. Engañada por Mariano. Defraudada por mi amiga Carolina. Y sobre todo muy ridícula a ojos de mis amigas, pues no quería que me mirasen con pena, como se mira a un derrotado.